Pluma invitada

El sentido del humor de Miguel Ángel Asturias

Miguel Ángel bromeaba, y se reía con las bromas que le hacían.

Miguel Ángel Asturias tenía un gran sentido del humor y una desbordante jovialidad y amistad. De todos se hacía amigo. Fue todo lo contrario a ser una personal malhumorada.

Miguel Ángel bromeaba, y se reía con las bromas que le hacían.

Las cartas de Miguel Ángel y su obra rebosan de buen humor y de la picaresca española, de la que fue heredero. En la carta del 2 de octubre de 1924, le pregunta a su mamá: “¿Cómo va su pierna?… No le pregunto porque crea que el licenciado (el papá de Miguel Ángel) se la haya quemado, no, sino por aquello del reuma. ¿Ya está del todo bien?”

En carta a su madre, fechada en Londres el 10 de octubre de 1924, se autorretrata así: “Estoy igual. Color moreno algo canelo. Ojos negros, algo dormidos. Boca grande para decir malas palabras. Nariz Torcida. Alto. Bello. Pelo quebrado como las olas del océano. Peso lo mismo l. (libras) 145. Ni alto, ni gordo, ni flaco ni negro ni nada. Adivine”.   

Miguel Ángel bromeaba, y se reía con las bromas que le hacían. Algunas veces, para disfrutar contaba historias de sí mismo que eran inventadas. Su amigo guatemalteco y compañero en París, Juan Olivero, narra la siguiente historia: “José Castañeda, amigo cordial de Miguel Ángel, contaba una anécdota deliciosa, que le había referido el propio Moyas: Fijate vos que el viejo (Raynaud) me habló un rato y como no le entendía nada intenté pararlo diciéndole: Perdóneme, maestro, pero no tengo mucho tiempo de vivir en París y no capto muy bien el francés, como quisiera… Y el profesor, soltando, una carcajada olímpica, me dijo: ¿francés… qué francés? ¡Le estoy hablando en cakchiquel…!”.

Es obvio que todo fue una invención del joven Asturias, porque era imposible que, después de estar algunos meses en París, confundiera el francés con el cakchiquel que era un idioma que desconocía.

Manuel Estrada Cabrera, en cuya sangrienta dictadura nació y creció Miguel Ángel, murió en prisión domiciliaria el 24 de septiembre de 1924. La noticia llegó veloz a Europa. En carta del 3 de octubre de 1924, con ocasión de su viaje exploratorio a París, le pregunta a su mamá: “Supe que murió Cabrera. ¿Es cierto? Gracias a Dios, y a ver cómo le va en la otra… en donde lo esperan los Blanco, los Ávila, Ruiz, Novales y 18,000 más que no sabemos. ¡Qué lío va a ir a armar en el otro lado el viejo, ya me lo figuro! ¡Pobre san Pedro si se fue al cielo, y pobre Satanás si se fue a los infiernos!… ¡Como no lo hayan remitido al limbo!”.

La dictadura de Estrada Cabrera fue retrata en la novela El señor presidente, escrita en París, salvo el primer capítulo.

Yo aún recuerdo las bromas y chistes de Miguel Ángel. En la casa de mis papás, donde se alojaba cuando venía a Guatemala, una noche después de la cena, Miguel Ángel, sentado en la cabecera junto a mi papá, contó que en un pueblo, cuando un joven pasaba por una calle oscura, cerca de la iglesia, oía una voz que le decía: “Pedro, ¿querés ser rico?”, Después de escuchar la voz durante varias noches, fue a consultar con el párroco, quien le aconsejó que dijera que sí. La noche siguiente, cuando oyó la voz que le preguntaba si quería ser rico, contestó que sí. Y escuchó esta respuesta: “¡Pues trabajá, desgraciado!”. Todavía recuerdo y oigo la voz de todos riéndose. En días sucesivos, cuando pasaba frente al cuarto de mi hermano Pedro José, con voz fuerte gritaba: “¿Pedro, querés ser rico? Mi hermano, que leía, estudiaba u oía radio, porque la televisión no había llegado al país, solo se quedaba en silencio. Los que lo oíamos, solo sonreíamos.

Conociendo su buen humor, mi mamá, cuñada de Miguel Ángel, le tomó varias veces el pelo, en alguna ocasión con un disfraz.

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