Pluma invitada

El encuentro de Miguel Ángel con Unamuno

A Unamuno le ha de haber gustado escuchar a aquel simpático joven de un país lejano.

Don Miguel de Unamuno pasó a la historia con el don antecediendo a su nombre. El filósofo, escritor y poeta, célebre rector de la Universidad de Salamanca, y Miguel Ángel hicieron amistad.

A Unamuno le ha de haber gustado escuchar a aquel simpático joven de un país lejano.

De acuerdo con un relato, Miguel Ángel conoció a Unamuno a través del escritor modernista Enrique Gómez Carrillo. Pero Juan Olivero, compañero y amigo de Asturias, da esta versión: tras comprobar que don Miguel llegaba todos los días a una hora concreta al Café D’Harcourt, donde se sentaba en un lugar concreto, Asturias y Olivero planearon tenderle una trampa. Llegaron antes y se sentaron a la mesa de Unamuno, y se levantaron cuando el maestro llegó al lugar. El sabio español tomaba un café, hacía unas notas y luego confeccionaba pajaritas con el resto del bloc rayado que le llevaban.

Cuando ya estaba haciendo las pajaritas, Miguel Ángel se levantó y se sentó junto a Unamuno, quien, sorprendido, le preguntó quién era. “Asturias, de Guatemala”, fue la respuesta.

El viejo lo miró tras sus gruesos lentes, con más asombro que con su habitual mal humor, y solo le dijo: “Asturias, de Guatemala… ¿y qué hace usted en París, señor Asturias?”.

—Ante todo, quiero presentarle mis respetos. —¿Y qué quiere que haga yo con sus respetos? —Bueno, no importa, si no hay más remedio, pues sea. —¿Y cuénteme, qué es lo que hace usted en París, además de divertirse con las niñas estas que van de arriba abajo en las aceras?

—Estudio Filosofía y Letras en la Sorbona. —¿Y para qué diablos estudia Filosofía, muchacho? La Filosofía solo se aprende en la universidad de la vida. Lo demás es camelo. Y en cuanto a las Letras, es un don de Dios que no se aprende en ninguna universidad, porque se nace escritor, como se nace poeta, como se nace pintor, escultor o sepulturero. Miguel Ángel Buonarroti no puso nunca los pies en una universidad y, sin embargo, esculpió La Pietà cuando solo tenía veinticinco años…

—Por supuesto, maestro, tiene toda la razón, y la prueba es que, si usted es un gran escritor y un filósofo de tanto prestigio, Salamanca no tiene la menor culpa, porque usted ya lo era antes de llegar allí.

El viejo lo observó con más interés: —Óigame, joven estudiante, usted me simpatiza porque no se siente cohibido hablando con un hombre famoso como yo, que asusto a medio mundo. Vamos a ser buenos amigos, le voy a dar mis señas y me viene a visitar a mi cueva cuantas veces quiera, y me va a hablar de Guatemala, donde me imagino que habrá más poetas que cargadores de bultos…

Unamuno también les dijo a Asturias y Olivero que dejaran de decirle “maestro”, porque solo hubo uno y lo crucificaron.

Asturias fue al apartamento de don Miguel para una entrevista publicada luego en el diario El Imparcial.  Meses después, Unamuno fue a visitar a Miguel Ángel a su cuarto del hotelito en el que se alojaba, cuyo encuentro también fue publicado, que incluye este relato. Asturias le preguntó qué haría don Quijote si llegara a París. Unamuno sonrió. Al final, concluyeron que don Quijote no era cuerdo ni loco, sino solo don Quijote.

—Y, si don Juan Tenorio viniese a París… —continúo yo, y el maestro sonríe otra vez. —Se cortaba la coleta, se sentiría tonto como un juguete sin cuerda, con los calzones al revés, la bragueta en el trasero. El único defecto de don Juan Tenorio, para mí, es que no era sifilítico. La sífilis lo hubiera estetizado más. No concibo Tenorios que no sean sifilíticos. El amor es a veces la sífilis del alma.

A Unamuno le ha de haber gustado escuchar a aquel simpático joven de un país lejano, cuyas ocurrencias rompían la vida rutinaria, quizá aburrida y chata, del duro destierro del maestro en París. Miguel Ángel lo hacía sonreír. Aún se conserva una fotografía de los Migueles.

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