Opinión: El cambio climático no es el fin del mundo, pero sí es un problema serio

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La situación climática y ambiental del planeta es preocupante pero el alarmismo puede ser contraproducente.

La noción de que el ser humano es poderoso y tiene en sus manos salvar el planeta es reciente. Antes, la naturaleza se percibía indomable, peligrosa e infinita. Sin embargo, en el siglo XX empezó a observarse y a documentarse el deterioro que estaba sufriendo el entorno natural a causa del ser humano. La preocupación por dicha tendencia llamó la atención internacional y condujo a la celebración, en 1972, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo, Suecia.

A pesar de los esfuerzos encaminados a partir de entonces, el deterioro del medioambiente solo se aceleró, por lo que se efectuó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medioambiente y Desarrollo, también llamada “Cumbre para la Tierra”, en 1992, en Río de Janeiro, Brasil. Su objetivo principal fue establecer una agenda amplia y un nuevo plan para la acción internacional sobre cuestiones ambientales y de desarrollo.

Aunque en aquel momento el enfoque se centró en los gases de efecto invernadero, desde entonces los instrumentos jurídicos y disposiciones tomadas por la Conferencia de las Partes —el máximo órgano de decisión de la Convención— han abordado también la temática de los impactos, la vulnerabilidad y la adaptación. A pesar de los avances, entre ellos la firma del Acuerdo de París, muchos cuestionan la efectividad de los mecanismos dentro del Sistema de Naciones Unidas para resolver la problemática del cambio climático, al menos a la velocidad requerida.

La situación climática y ambiental del planeta es preocupante, pero el alarmismo puede ser contraproducente. Si bien hay evidencia —científica— de las tendencias de deterioro ambiental y los impactos son visibles en casi todo el mundo, existen organizaciones y personas que exageran los datos para llamar la atención y demandar acciones.

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A pesar de que la problemática ambiental es grande y compleja, hay mejoras y avances que necesitan reconocerse. Los países desarrollados han tenido una tendencia de mejoras ambientales luego de pasar por unas situaciones que difícilmente se hubiera creído que tenían solución. En fecha reciente, en un evento organizado por Fundesa y apoyado por la Embajada de Estados Unidos, una profesional de la Agencia para la Protección Ambiental de dicho país ilustró el caso del río Cuyahoga ubicado en Ohio. Dicho río llegó a estar tan contaminado que era inflamable y sufrió de fuegos en repetidas ocasiones en la década de 1960. Luego de la fundación de dicha agencia, de crear e implementar legislación y de facilitar el financiamiento, se logró recuperar el río. Esto nos debe dar esperanza, puesto que podrían recuperarse en Guatemala el Lago de Atitlán, el Lago de Amatitlán, el río Motagua y muchos otros ríos que están contaminados en el presente. Cabe resaltar que los niveles de contaminación en Guatemala están lejos de los que han alcanzado los países desarrollados, porque no tenemos el tipo y la escala de industrialización que ellos tienen. Eso sí, se requiere de leyes, políticas, financiamiento, instituciones y participación de toda la sociedad para revertir la tendencia de deterioro de los recursos naturales que aún tenemos.

En materia de cambio climático, Guatemala tiene acciones para mostrarle al mundo. Fuimos de los primeros países en tener una ley de cambio climático, creada por el Consejo Nacional de Cambio Climático (en 2013), uno de los primeros a escala global. En cumplimiento de la ley, se elaboró el Plan de Acción Nacional de Cambio Climático en un esfuerzo del Gobierno acompañado de representantes de diferentes sectores como la sociedad civil, la academia, el sector privado, la Mesa Indígena de Cambio Climático y la cooperación. Las universidades han impulsado alianzas para que, a través de la ciencia, se acompañe a la sociedad en las acciones para combatir los impactos del cambio climático. Por eso se creó el Sistema Guatemalteco de Ciencias del Cambio Climático (www.sgccc.org.gt), que ha organizado cuatro congresos nacionales de cambio climático en los que ha divulgado investigación y creado el espacio para el intercambio entre distintos sectores. Asimismo, publicó en el 2019 el Primer Reporte del Conocimiento sobre Cambio Climático en Guatemala, documentando la evidencia de lo observado, de los estudios sobre proyecciones futuras, del conocimiento tradicional relacionado con el clima y de los mensajes que deben tomarse en cuenta para diseñar políticas públicas.

El sector privado guatemalteco también resalta por su interés en aportar al combate del cambio climático. El mejor ejemplo, y no solo nacional sino internacional, es la creación del Instituto Privado de Investigación sobre Cambio Climático —que dignamente he dirigido por 11 años—, financiado por el sector azucarero y los productores guatemaltecos de banano y cuyo trabajo se hace en beneficio de la sociedad, pues apoya a comunidades, municipalidades y acompaña a las empresas en alcanzar mejoras a lo interno y en reducir su impacto sobre el medioambiente. La legislación, políticas y la proactividad de las oenegés, de los pueblos indígenas, de la academia y del sector privado son elementos que no los tienen otros países y debieran ser razón de orgullo nacional. Falta implementación y un largo camino por recorrer, pero es un proceso que toma varios años, incluso décadas, en alcanzar frutos a una mayor escala.

Mi mensaje final es que los retos son globales y que debemos actuar en el nivel local, de inmediato. Otros países han avanzado y es necesario tomar en cuenta sus experiencias para que nosotros avancemos más rápido. En un país con tantos jóvenes, debemos canalizar el intelecto, la energía y los recursos para buscar e implementar soluciones. Es por nuestro propio bien y el de las generaciones futuras.

 

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