EDITORIAL
Otra nueva y trágica lección de la naturaleza
Con la súbita, violenta y peligrosa actividad del Volcán de Fuego, iniciada ayer temprano en la mañana, la furia de la naturaleza no solo ha vuelto a llenar de luto a numerosas familias guatemaltecas, sino ha desnudado, una vez más, la precariedad y la escasa previsión en la que viven millones de guatemaltecos, a merced de los elementos por vivir en lugares poco adecuados y en extremo riesgo.
Hasta anoche se contabilizaban al menos 25 muertos, pero deben ser más. Un adolorido padre de familia dijo a la televisión haber perdido a nueve familiares, entre ellos todos sus hijos. La tragedia, sin duda, alcanzará dimensiones mayores, pues hasta ahora se estima que más de un millón de personas podrían ser afectadas por el flujo de material incandescente y gases tóxicos. Anoche, las escenas hacían prever un drama inconcebible, cuando los cuerpos de socorro y personas voluntarias estaban sobre los techos de precarias viviendas.
La actividad volcánica en esa región es una amenaza constante, y pese al enorme riesgo de los miles de habitantes de los poblados de al menos tres departamentos, poco se hizo para desalojarlos previamente. Los dineros presupuestados para atender desastres y reubicar a pobladores en su mayoría están destinados al pago de personal, y aquellos reservados para atender emergencias solo se pueden usar con condiciones específicas de calamidad.
Probablemente, como suele ocurrir, transcurrirá un buen tiempo para que las autoridades puedan emprender acciones concretas para enfrentar esta crisis, no solo por la falta de recursos sino porque se arrastra una histórica ineficiencia en la implementación de políticas de emergencia en casos extremos.
Es lamentable que en cada gobierno se mantengan acciones alejadas de las verdaderas necesidades de los sectores más vulnerables, como la asignación de plazas, viáticos o alimentación de quienes disponen de esos recursos, y que no exista una visión de Estado para atender a los millones de personas en grave riesgo cuando se desatan fenómenos naturales de gran impacto.
Las familias afectadas por esta nueva catástrofe merecen nuestra solidaridad y respeto por la pérdida de seres queridos, y esperamos que los esfuerzos gubernamentales coronen con éxito las labores de rescate, pero que también se tome nota de los enormes riesgos en que viven muchos compatriotas.
También se debe insistir en la impostergable necesidad de asumir con mayor responsabilidad los cargos de quienes están al frente de instituciones destinadas a prever riesgos en los que estén de por medio vidas humanas, pues la actividad volcánica en la región hacía obligatoria una revisión permanente de las condiciones en las que vivían los moradores cercanos a los tres colosos del área.
Es probable que la magnitud de esta nueva tragedia se haya debido a lo imprevisto del violento estallido del volcán, pero también es obvio que es una dolorosa enseñanza para autoridades y pobladores, que deben tomar con mayor responsabilidad y respeto las condiciones cuando se vive a la sombra de una zona de gran riesgo y sobre la cual también se han hecho pocas labores de infraestructura preventiva y de traslado de quienes puedan estar en mayor riesgo.