SIN FRONTERAS
Nosotros y ellos, en la tierra insolidaria
Dejemos este día por un rato la hipocresía; la del chapín acomodado, que actúa odioso como ninguno. Hagamos el favor de brindar esta cortesía, aunque sea hoy, en este momento, ante la tragedia que vivimos. Señalemos la mentira, el embuste mal cayente, de que el nuestro es un país unido; de que “Guate” somos todos, y que en “Guate” somos uno. “Un pueblo solidario” –dicen- “que se une en la tragedia”. Vaya, vos, ¡Ve qué solidario el undécimo país más desigual del mundo! La nación que cada tanto recorre el mundo en las noticias, por las desgracias de sus mayorías. Ofrezco mis disculpas si arruino la fiesta a más de alguno; al chapín acomodado, que hoy celebra sus donativos ante la tragedia del volcán que hace ocho dejó a miles de pobres sepultados entre el campo. Abramos, mejor, paso a un reto, de poner a prueba esos cuentos que emboban a las generaciones. Que alivian de momento los complejos que habitan entre nosotros, el de culpa, cuando vemos las noticias; el de inferioridad, por no ser más que un pequeño país disfuncional. Disculpe usted si ofenden mis palabras. Pero resulta imposible entender nuestro país de otra manera. La tierra del “nosotros y ellos”. Ellos, los soterrados, los quemados, aplastados y perdidos. Y nosotros, los chapines acomodados, coadyuvando a su desgracia, con nuestro pobre, negligente, egoísta y apático rol político.
En el plano mayor lucimos como una sociedad enormemente insolidaria. Sensible a la hora de regalar un pañal, pero indiferente para sumarse a las causas más sociales. Algunos podrán verlo innecesario. Pero vemos cómo varios autores, solo esta última semana, atinaron en hacer lista de los siniestros masivos que han arrasado el país, desde 1998, desde Mitch. Y en estos veinte años, en cada una de esas calamidades, es ineludible precisar que son siempre “ellos” —los pobres— quienes han sumado a la funesta receta el ingrediente del sufrimiento propio; el de las covachas perdidas, los niños huérfanos, las cosechas destruidas, y esos ataúdes pequeños blancos, que sepultan a sus menores. Y si bien es posible que entre las clases acomodadas habite un sentimiento de vergüenza colectiva, este no se traduce en girar hacia políticas nacionales que prioricen el desarrollo de los desafortunados. Más bien las élites más mezquinas ganan la batalla ideológica envenenando al ciudadano, infundiendo el temor falaz de que inversión social equivale a regímenes socialistas y autoritarios indeseables.
En el barrio mundial hemos de ser un vecino que da pena. No solo por las desgracias que seguido nos afectan, sino por la enorme desigualdad que retratamos. Piense cómo hace solo una semana lucimos en las cadenas noticiosas como un país mezquino, del que huyó Claudia Patricia Gómez, la joven migrante ejecutada en la frontera tejana. Y tan solo días después, un nuevo desastre natural, de dantesca dimensión, le muestra a la humanidad el abandono absoluto en que viven el pobre y el campesino guatemaltecos. Y en medio del griterío y la indignación, un gobierno empecinado en ganar su guerra propia, a pesar del interés nacional. Colocado ahí, estúpido como luce, para proteger rancios intereses económicos y de poder. Un gobierno en contra de su propia gente.
Es impostergable que las élites nacionales convengan en un proyecto de nación que priorice la protección del desfavorecido. Del pobre, del indígena, del campesino susceptible a la desgracia nacional. Del que huye masivamente del país, escapando la muerte. No hay agenda más importante hoy en el país. Y es hora de que las clases acomodadas abandonen su apático rol político. Que sean por fin verdaderamente solidarias y se unan a un proyecto social. No se puede seguir viviendo a base de ímpetus esporádicos de generosidad momentánea. No es más momento de solidaridad, sino de dar un giro hacia la responsabilidad humana.
@pepsol