LA BUENA NOTICIA
Non est deus in tremendum
Con suprema razón decía Santa Teresa de Jesús: “Si es en cosas de cocina, entendamos que entre los pucheros (ollas) está el Señor”. Su razonamiento, tan conocido, revela bien la enseñanza de la Buena Noticia de mañana domingo: a pesar de su grandeza, de su ser “totalmente Otro” (con mayúscula, claro) a Dios se accede en las cosas ordinarias.
Es más, él no se muestra en los grandiosos espectáculos de ciertos cultos de efectos especiales, de facción de milagros, de sonidos estridentes y, naturalmente, de inversión económica artística capaces de lograr un buen nivel de “quema de adrenalina”. Al profeta Elías en el Horeb no se mostró Dios en una tormenta capaz de “quebrantar las piedras” ni un terremoto: se le insinuó presente en la brisa suave. Tampoco a Pedro, tan seguro de sí mismo, se le hizo posible imitar a su Señor “caminando sobre el agua” —si bien Jesús parece concederle un poco de lo “extraordinario”—, sino más bien Pedro llegó a conocer más profundamente a su Maestro cuando este le tendió la mano para salvarlo: “a Dios se le conoce más por su misericordia que por su poder” (Papa Francisco).
El tema tiene su importancia: la frase latina “non est Deus in tremendum (no está Dios en lo impactante, en lo tremendo)” aplica contra la búsqueda de ese Dios en espectáculos que llenan más la emoción en paridad a discotecas, teatros, megacines, etc. Con tanta razón el Papa Francisco denuncia una “espiritualidad mundana” que en el fondo hace del culto a Dios una proyección de ego de los propios logros, tomando las palabras del Papa en el sentido no solo del apego a lo material, sino al efecto de buscar y construir “idolatrías” en lugar de espacios de verdadero encuentro con Dios.
Un “ídolo” (de la raíz griega “id” es decir, lo propio, como el idioma, la identidad, la idea) busca la imagen de sí mismo, en el caso del predicador, o de la comunidad, que se dice “bendecida” pues en su espectáculo casi hace bajar a Dios del cielo (¡!).
Dos anotaciones deja la Buena Noticia: 1) El rostro verdadero de Dios es más accesible de lo que se piensa: está en lo creado aun cuando allí se revela un autor maravilloso, capaz del “intelligent design” que la ceguera del ateísmo insiste en negar contra toda evidencia: ese ateísmo que se dice “humanista”, olvidando que la definición de “humano” (del latín “humus” o “tierra”) alude a la obra creadora de Dios. Será más fácil y sobre todo más acertado buscarlo en las buenas relaciones familiares, en la silenciosa construcción del Reino, en las “personas”, sobre todo las más sencillas en su condición, media vez, claro, se cumpla lo aconsejado por otra Santa Teresa, la de Calcuta: “Colocarse a su lado, antes que sobre ellas”; 2) La tentación de lo espectacular arruina el rostro de la Fe verdadera: se prefiere al Dios del monte Sinaí, con truenos y relámpagos, en lugar del Crucificado del monte Calvario, totalmente desposeído de gloria “mundana” pero capaz de salvar en la fuerte sencillez del amor.
Que el modelo de María en su “Asunción” de lo sencillo a la gloria celebrada estos días en miles de localidades mundiales sea una escuela de búsqueda del Dios grande en lo “pequeño y cotidiano”, evitando tentaciones de “caminar sobre el agua” y estridencias del ego espectacular.
“En la sencillez de tu labor ordinaria, en los detalles monótonos de cada día, haz de descubrir el secreto, para tantos escondido: el amor” (S. Josemaría Escrivá, Surco 489).
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