LA ERA DEL FAUNO

Muerte a la vuvuzela

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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A los diputados les tienen sin cuidado las manifestaciones. Ni les importan ni les afectan. Se sirven de ellas para victimizarse. Podemos llenar todas las plazas de todo el país; gritarles que son gente corrupta y sinvergüenza, que lo tomarán con gracia, sospecho que con placer. Han de manosearse frente a la tele cuando ven multitudes en su contra.

Son enemigos del país, del pueblo; delincuentes que nadie quiere tener como vecinos, ni como alumnos ni compañeros de
estudio y menos como profesores. Son tan despreciables que algunos negocios decidieron cerrarles las puertas. Todo ello, según se ve, les complace.

Frente a las cámaras se muestran compungidos. Si el Helicobacter pylori hablara, diría que cuida del estómago. Es lo que hacen y dicen los diputados, exactamente. Atornillados al tejido social, han infectado a esta sociedad provocando toda clase de úlceras. Escuchar sus nombres y saber de sus actos provoca náusea, enojo y una horrible sensación de impotencia.

Han creado anticuerpos contra las manifestaciones; contra las solicitudes del retiro a su derecho de antejuicio; contra la petición de su renuncia. Reaccionan con tal hipocresía que hasta sus parientes han de quedar boquiabiertos. Puede que tengan tantos anticuerpos como el cerebro rebalsado, ya sin cupo para más, cerrado a la realidad.

En nuestro país, acudir a la manifestación es como ir al médico, pero hay que tomarse la medicina que nadie quiere. El costo es alto. Más caro que una vuvuzela, que por cierto es herramienta útil para disolver concentraciones. Como soy mal pensado, creo que su uso y abuso en las orejas tiene como objetivo desesperarnos. Me identifico con algunos comentarios en las redes: el ruido de las vuvuzelas provoca deseos de largarse a otro lugar. Uno va de lado a lado y se encuentra con una plaza sacudida por el mosquero.

Por lo que diré a continuación, alguien quizá me reprochará que perpetúo estereotipos, es decir, que me ganaron los prejuicios sobre la apariencia del otro, pero digo lo que pienso: creo reconocer a los orejas en las manifestaciones. Por su mirada, su manera de disimular y el paradito. Curiosamente, algunos de ellos tienen su vuvuzela al alcance de la trompa dispuesta a sonarla en los oídos de quienes están enfrente o a su lado. La hacen chirriar más cuando alguien se anima a tomar el altoparlante; impiden escuchar las consignas, o las rimas de la Batucada, por ejemplo; en general, dan ambiente de fiesta a lo que en realidad es el enérgico, airado vómito popular sobre lo que desprecia.

La vuvuzela ralea grupos porque la gente prefiere largarse antes que pedir al de a la par que le baje. Sería represivo solicitarle que no haga sonar lo que, se supone, es su queja contra las ratas escondidas en el desagüe, esas que se manosean.

Está claro que no es utilizada únicamente por personas como las descritas, hay niños, amigos, familias enteras unidas de esa manera a la protesta. El alegato es contra el instrumento que valdría la pena dejar por un lado y explorar la inconformidad desde las gargantas.

Al escribir lo del Helicobacter sentí curiosidad sobre el tema y leí un poco. Dice que en pacientes afectados por esa bacteria “el procedimiento habitual es erradicarlo hasta que la úlcera sane”. Se suele aplicar la llamada triple terapia, medicina que ahora es insuficiente porque algunas infecciones tienen capacidad de resistir a los antibióticos (como el falso diálogo nacional). “Se utiliza entonces una cuádruple terapia”, dice la literatura, que adaptado a nuestra situación se me ocurre que sería un trabajo para Sun Tzu.

@juanlemus9

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