PRESTO NON TROPPO

Metéora –1968– y otros meteoros

El vocablo “Metéora” procede del griego y su etimología alude a algo que flota por encima o se encuentra suspendido en el aire, de donde se deriva la palabra meteoro, con lo que se designa a los fenómenos atmosféricos en general. Su uso está documentado en las culturas occidentales hará unos seis siglos para referirse a manifestaciones tales como el viento, la lluvia, la nieve, el relámpago, el arcoíris y las auroras polares.

Si nos vamos al empleo de este término en otras instancias, encontraremos testimonios tan apartados el uno del otro, como el título de un icónico disco lanzado hace 15 años por el grupo de rock alternativo y rap metal, Linkin Park… O un personaje de dibujos animados que se caracteriza por ser posesiva y despiadada… O una obra del compositor guatemalteco Joaquín Orellana, fundamental para la música electrónica, no solamente en Centroamérica, sino en todo el continente latinoamericano… Y todas se basan en el nombre de unas formaciones rocosas en la región central del norte de Grecia. De impresionante masividad, verticalidad y altura sobre las llanuras circundantes, llegaron a verse coronadas por dos docenas de monasterios construidos a partir del Medioevo. Por lo mismo, resultaban aislados y de muy dificultosa accesibilidad. Uno de los seis edificios que todavía permanecen en uso es el de la Santa Trinidad, cuya foto en un folleto turístico capturó de tal manera la atención de Orellana siendo él un treintañero, que decidió darle el nombre de Metéora a la emblemática pieza que compuso y grabó en 1968 durante su estadía como becario del Instituto Torcuato di Tella, Buenos Aires, hace ya la mitad de un siglo.

Dos años más tarde, hizo una versión sinfónica que fue presentada bajo la dirección de Jorge Sarmientos en Guatemala, pero la partitura de orquesta lastimosamente se echó a perder; lo que queda es la magnífica grabación de la primera versión, con una duración de nueve minutos y medio. El original es un extraordinario registro en cinta magnética, de las sonoridades y resonancias de un piano vertical, aparentemente sin importancia, que Orellana aprovechó para grabar, procesar y editar hasta obtener una obra maestra. Su profesor, Francisco Kröpfl anticipó el éxito del compositor guatemalteco cuando subrepticiamente le prestaba las llaves para acceder al estudio de audio en horas inhábiles porque, a diferencia de los demás, “Orellana ya sabía lo que quería”.

Poco hubiera imaginado Orellana que el año pasado, a tiempo del estreno de su Sinfonía desde el Tercer Mundo —precisamente en Grecia— llegaría a visitar el monasterio que había inspirado el encabezado de su obra. Hoy, esa obra es referencial para un género de música que, por épocas, despierta entusiasmo entre la juventud. Hoy, también, los músicos jóvenes cuentan con la conveniencia de una tecnología muchísimo más económica, portátil y de fácil manejo que aquella que encontró el maestro en Argentina. Hoy, es lugar común recoger el sonido de vehículos, pregones callejeros y ruidos industriales para incluirlos en álbumes de música pop. Pero hoy, a medio siglo de su creación, Joaquín Orellana igualmente reflexiona sobre las contradicciones implícitas en el hecho de haber abierto brecha con Metéora. ¿Por qué este trabajo no se conoce más que en reducidos círculos de eruditos y algunos diletantes de la música de nuestro tiempo? ¿Por qué llega hasta lo insolente esa indiferencia, estatal y privada, que nunca contempla espacios para el desarrollo del arte contemporáneo y no asigna los recursos necesarios para la realización de proyectos de interés estético, así como la contratación y la adecuada remuneración de sus creadores?

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