PRESTO NON TROPPO

Mejor estudia o… ¿estudia mejor?

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

|

En estos momentos y en este país, en que todo mundo se vuelve a agitar por la inveterada costumbre guatemalteca de hacer las cosas al revés, pareciera que no procede ocupar la atención con asuntos que no salgan en primera plana. Las cúpulas gobernantes, angustiadas con no perder su inmunidad. Los económicamente poderosos, llenos de ansiedad por no perder sus privilegios. Los sectores reaccionarios, asustados por el reconocimiento a la diversidad y la autodeterminación. Los que se escudan tras las armas, intimidados por la inteligencia y la razón. Los predicadores y los moralistas, atareados con disfrazar su perversión. Los desposeídos, siempre a punto de estallar sin lograrlo realmente. Mientras, florece la corrupción, abunda el “hay que hacer algo” y, desde su torre de marfil, cada cual no hace sino defender su precariedad, grande o pequeña.

Así, ¿qué tanto podría importar una efímera y torpe campaña publicitaria supuestamente diseñada para atraer a estudiantes universitarios? “Ya que no vas a volverte millonario cantando, #MejorEstudia en una de nuestras sedes y campus en todo el país”, decía el anuncio, infortunado y de semiótica extraviada. Pero todo tiene relación. En un entorno social conservador y pusilánime, no sorprende mucho que incluso un centro de formación superior acuda a clichés retrógrados de publicidad. Quizá sorprende un poco más que, en la cadena de mando de estos negocios, no haya habido uno que reflexionara lo suficiente para preguntarse lo obvio. ¿Quiénes son, en efecto, los millonarios? ¿Una mayoría de académicos, científicos y profesionales de la salud, de la educación, del derecho, de la construcción, de la tecnología? No precisamente. No son los que solían figurar en las páginas de color rosado en las antiguas guías telefónicas como licenciados, ingenieros y doctores. Son los que estaban —y siguen estando— en las páginas negras de la historia: políticos, mercaderes, explotadores y criminales, con uniforme y sin él. Allí es donde se conectan las dos cosas, cuando caemos en la cuenta que si las instituciones educativas no son capaces de dimensionar y valorar su propia razón de ser, ¿cómo va a hacerlo un grupo de improvisados, instalados en la administración pública por fuerzas oscuras y sanguinarias?

Por supuesto, la estrategia dio tan mal resultado desde el principio, que tuvieron que retirar la publicidad los mismos que la iniciaron. Probablemente, cuando se hable de recuerdos, ya fuera de contexto, aquello quedará como un resbalón sin mala fe y sin mayores consecuencias. Mas, si hablamos de este incidente como uno de las señales de una sociedad enferma –por leve que se antoje el síntoma–, empezaremos a comprender hacia dónde se dirige Guatemala y por qué. Desde esa óptica, el arte es entretenimiento nada más; permitir que los jóvenes se dediquen a él es fomentar la vagancia y la transgresión… En todo caso, para eso están los patéticos (digo: patrióticos) desfiles septembrinos en que los estudiantes desperdician (digo: invierten) buena parte del año escolar, en aras de una conciencia cínica (digo: cívica). Bajo esta lógica, en la universidad se deberán preparar para trabajar, devengar una paga y ganar dinero. Nada de pretender que se dediquen profesionalmente a la música, a la danza, a la pintura ni cuestión semejante, pues eventualmente encabezarán empresas y ocuparán cargos públicos. Pero, para entonces, el daño estará hecho.

Y es que, si ni siquiera estudiamos lo que decimos —y lo que decimos es la articulación de lo que pensamos (vale decir: ni siquiera pensamos antes de hablar), ¿a cuenta de qué le vamos a prescribir a alguien lo que debe estudiar o no estudiar?

presto_non_troppo@yahoo.com

ESCRITO POR: