A Claudia Patricia Gómez la comenzó a matar Guatemala desde antes de nacer. Como a uno de cada dos niños y niñas menores de 5 años que hoy padecen desnutrición crónica; como a las más de 90 mil niñas y adolescentes de entre 10 y 18 años que cada año quedan embarazadas; como a los  mil 600 niños, niñas y adolescentes que están fuera del sistema educativo; como a los 15 mil jóvenes que han encontrado en las maras y pandillas la única opción para sentirse integrados y reconocidos.

Pero a Claudia, el tiro de gracia se lo dio, por ninguna razón, un agente de la patrulla fronteriza en EE. UU. Fue una ejecución extrajudicial. Ella era una joven maya y tenía 20 años. Era contadora, y no pudo entrar a la Usac por no pasar los exámene de admisión. Desesperada por no hallar trabajo para ayudar a su mamá, decidió emigrar. Su tía, Dominga Vicente, al enterarse de su muerte, dijo: “Nos tratan como animales… solo porque es un país poderoso y desarrollado. Que el gobierno reaccione”.

Comienzo por hacer la comparación entre el caso de Claudia y el caso Bitkov, porque aunque en ambos hablemos de migrantes, ella está muerta y ellos han sido elevados —por algunos— casi a la categoría de héroes. Ella no tenía documentos, ellos son juzgados por usurpación y supresión del estado civil, y el uso de documentos falsificados, emitidos por una red que llega hasta el Renap y la Dirección General de Migración de Guatemala. Ella era maya y pobre; ellos, extranjeros de piel blanca. Ella estaba lejos del modelo hegemónico (ojos y/o piel claros, occidental, idioma extranjero), y nunca tuvo el respaldo de su gobierno ni de otros gobiernos. A los Bitkov, según comunicado de la Embajada de la Federación Rusa en Guatemala, se les acusa de fraude y quiebra o insolvencia institucional en su país, por lo cual piden su extradición. Ellos llegaron aquí a sabiendas de que Guatemala no tiene con Rusia tratado de extradición, y luego de un cabildeo de lobistas locales asociados al pacto de corruptos recibieron el apoyo de algunos congresistas de EE. UU., que pidieron “otorgar asilo a la familia Bitkov”. Ellos son “alguien” para la clase política de este y otros países. ¿Quién era Claudia para esa clase política, sus socios y su burocracia de servidumbre? ¿Se ha pronunciado este gobierno frente al caso de la ejecución extrajudicial de Claudia por un agente fronterizo de EE. UU.?

Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, señala que no todos los extranjeros son tratados por igual, ya que se recibe con alegría a turistas, no así a refugiados e inmigrantes. Y entre ellos, a los más pobres les va peor (yo agregaría que a las mujeres pobres les va peor). “Trump ganó las elecciones con un discurso ‘aporófobo’, no xenófobo. No odiaba a los extranjeros en general sino a los mexicanos pobres”, dice Cortina. Y es que la aporofobia es, según ella, el rechazo, la aversión, el temor y el desprecio al pobre.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, habla en su libro El Precio de la Desigualdad, sobre la mentira de la “meritocracia” y la teoría del “esfuerzo personal”. Es lapidario al decir que, en el marco de esta desigualdad, el 90% que nace pobre muere pobre, por más esfuerzo o mérito que hagan, mientras que el 90% de quienes nacen ricos mueren ricos, independientemente de que hagan o no mérito alguno para ello.

Los casi dos millones de migrantes guatemaltecos en EE. UU. se han ido por violencia y pobreza, y solo son visibles en tres momentos: 1. Cuando se contabilizan las remesas que envían (nuestro mayor rubro de ingresos); 2. Cuando se aproximan las elecciones en Guatemala; y 3. Cuando se mueren y se convierten así en el relato doloroso de la imposibilidad e indignidad humana. De cada tres migrantes, muere uno antes de llegar al norte, y Claudia, mujer maya y pobre, fue esa una. Que el gobierno y la sociedad respondan, como dijo su tía.