ALEPH
Maternidades forzadas
El Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (OSAR) publicó recientemente estas cifras: en el año 2016, hubo un total de 79,622 nacimientos en madres entre 10 y 19 años; 2,500 en niñas entre 10 y 14 años. Es difícil entender cómo se puede llegar a ser país con una realidad como ésta. Un territorio donde hay tantas niñas dando a luz, casi siempre producto de una violación, es un lugar con menos esperanza.
Estar cerca, por varios años, de muchas niñas o adolescentes que no han deseado tener un hijo, impone ciertas reflexiones que van convirtiéndose en hipótesis. La primera de ellas, es la de desmitificar algo que no sólo es mito, sino también casi dogma: el muy difundido y sobrevaluado concepto del instinto maternal. He escuchado a demasiadas niñas y adolescentes decir “yo no quiero esto” (refiriéndose al bebé que llevan en las entrañas), como para seguir creyendo que un embarazo pueda significar lo mismo para todas las mujeres, sólo por el hecho de ser mujeres. La maternidad como ese lugar rosado y romántico donde cualquier mujer debería constituirse en el ser más feliz y dichoso del mundo, es una tragedia para millones de mujeres en todo el mundo. Y la pasan peor las que menos educación, menos dinero, menos poder de decisión o menos “lugar” tienen en su sociedad.
La segunda, es que la violencia que se reproduce por generaciones en una sociedad, se mantiene en ella indefinidamente si no se rompe el círculo que provoca esa violencia. Es impresionante ver cómo estas madres a la fuerza, pueden descargar su rabia, su dolor y su vergüenza en los hijos o hijas que tienen. Son estos niños y niñas quienes reciben las descargas de su insatisfacción. No las culpo. Hay mucho que trabajar a nivel de las emociones, para lograr relaciones medianamente estables entre estas madres y sus hijos. Más allá de que no todas las mujeres pueden con la maternidad, no importa si son mayores o no, si han decidido por sí mismas o no, si tienen hogares estables o no, están las niñas y adolescentes que nunca lo desearon y que, ven en los ojos de su hijo o hija, los del violador. En la Guatemala profunda, y no tan profunda, hay miles de mujeres que, por generaciones, han tenido hijos tempranamente, sin desearlo. Estas maternidades forzadas encarnan lo peor de una sociedad patriarcal, autoritaria, violenta y esclavista.
La tercera reflexión es que cada niña y adolescente que da a luz es parte de un grupo de alto riesgo obstétrico y perinatal. Además del enorme riesgo que corre por un embarazo temprano, ve interrumpido su proyecto de vida. La mayoría pasan de ser niñas a ser mamás, sin pasar por estudios, juego, recreación, u oportunidades de desarrollo. Eso no sólo tiene repercusiones en su propia vida, sino en la de una familia, de una comunidad, de una nación, del mundo. Cada niña que vive una maternidad forzada, con pocas excepciones, tendrá un peor mundo para ella y para los que nacen de ella en esas condiciones.
Y no he mencionado la culpa, el calificativo de “putas” del cual se hacen acreedoras en sus comunidades familiares y sociales, y sus enormes inseguridades entre tanta fuerza que deben desarrollar. Sus cuerpos no estaban maduros para tener hijos, sus emociones e ideas tampoco. Pero que no se atrevan luego a decir que no quieren a ese hijo o hija, porque inmediatamente tendrán el dedo de una sociedad de gente buena, señalándolas por ser “malas madres”. Es obsceno.
¿Hasta cuándo la maternidad sólo para quienes la eligen? ¿Hasta cuándo va a dejar de ser normal violar cuerpos de niñas y preñar a toda una sociedad de violencia? Ahora que veo a jóvenes padres involucrarse, cada vez más, en la crianza de sus hijos e hijas, vislumbro una sociedad distinta a futuro y abrazo a todas las madres, pero más a las que nunca quisieron serlo y tuvieron que hacerlo.