EDITORIAL
Más atrocidades de Daniel Ortega
El espeluznante bombardeo por siete horas a la ciudad de Masaya ilustra el nivel de bestialidad, irracionalidad y abuso de poder al que puede llegar un enloquecido dictador, Daniel Ortega, y su esposa, Rosario Murillo, cuando ante el reclamo de su pueblo solo tiene como respuesta el uso de las armas, la represión y la muerte indiscriminada de quienes protestan contra la tiranía.
Ortega y su vicepresidenta Murillo encarnan el perfil de gobernantes desquiciados que en su desesperación por aferrarse al poder lanzan una brutal matanza de nicaragüenses, como única expresión ante su fracaso como mandatarios y ante su incapacidad para comprender los alcances del descontento.
Nicaragua constituye hoy el más triste ejemplo de cómo los excesos, la supuesta estabilidad y el aparente buen clima de negocios pueden ser los abalorios perfectos para engatusar a quienes creyeron que un oasis así sería posible, mientras el enriquecimiento perverso se acrecentaba en diferentes estratos.
Con la sangrienta ofensiva desatada por los tiranuelos nicaragüenses se derrumban muchos mitos, quizá el más importante sea el de la supuesta ventaja de esos modelos, porque al final representan un enorme riesgo para fortalecer las instituciones y los esquemas de gobernanza, porque en ese juego de conveniencias nunca puede quedar al margen el beneficio mayoritario, de donde surge la respuesta contra la satrapía.
Quienes creyeron tener al mejor socio en el Gobierno, hoy pueden constatar la penosa situación por la que atraviesa ese país, donde es intolerable la cifra de muertos y la bestialidad creciente por parte de grupos paramilitares al servicio de la desquiciada pareja presidencial que arremeten contra quienes manifiestan su descontento, porque es la única respuesta que caracteriza a cualquier tiranía agonizante, tal y como antes ocurrió con Anastasio Somoza.
Centroamérica atraviesa por una etapa demasiado convulsa y eso no es conveniente para nadie, pues podría traducirse en un duro traspié para las economías de la región, que ya resienten el duro impacto de una conducta inaceptable de los gobernantes, incapaces de hacer una lectura adecuada del generalizado descontento.
A estas alturas serán estériles los llamados a la cordura y mucho menos se puede esperar respeto por parte de los Ortega, porque el régimen ha perdido toda legitimidad y ha entrado en un callejón sin salida del cual solo podrán salir con un mayor derramamiento de sangre. El bombardeo de ayer en Masaya es un nuevo acto de insensatez por aplacar la justificada protesta de los indígenas de Monimbó.
La tiranía ha llevado la represión a niveles intolerables, donde cualquier llamado al diálogo chocará con un muro de irracionalidad y la comunidad internacional debe ahora buscar la salida del poder de los Ortega-Murillo, someterlos a la justicia y detener los ataques contra la población.
Es un costo demasiado alto para la misma estabilidad de la región, que una vez más constata el enorme riesgo de confiar en los espejismos de la falsa estabilidad, acrecentados cuando se deposita toda la confianza en viles tiranos. Mientras, el silencio cómplice de la OEA y de la ONU es estruendoso.