MIRADOR

Maduró el golpe de Estado

El domingo pasado, en plena era de la tecnología, asistimos en vivo y en directo a un golpe de Estado. Antes nos enterábamos cuando ya era un hecho. Ahora estamos tan informados, y saturados a la vez, que nos distraemos con otras cosas —futbol incluido—, pero el resultado es el mismo: tiranos, asesinos y autoritarios que llegan al poder y se perpetúan impunemente con la pasividad —o cobardía— que tradicionalmente el ciudadano honesto ha mostrado con ellos.

Las organizaciones internacionales, por su parte, tampoco hacen mucho. Elocuentes discursos de tribuna o tibias declaraciones oficiales que permiten el realismo político que practican ciertos sinvergüenzas, tiranos y delincuentes —Maduro es uno de ellos— y les permite consolidarse en el poder de forma manifiestamente fraudulenta.

Días antes del golpe de Estado en Venezuela, en la Usac —la monopólica universidad estatal guatemalteca— unos pocos personajes se dedicaron a ensalzar el régimen y a justificar, consecuentemente, la violencia. Apología de las dictaduras disfrazada de “magistrales” arengas que no dejan dudas de que quienes las apoyan son tan culpables como aquellos otros que ejecutan los crímenes. Así las cosas, empezamos una nueva semana como si no hubiera pasado nada, como si 32 millones de venezolanos, 12 millones de cubanos y el doble de norcoreanos no padecieran permanentemente la tiranía de quienes quitan vidas e ilusiones y destruyen el futuro de generaciones.

Muchos —y muchas que son más— de los que escriben en prensa nacional, y se hacen llamar defensores de derechos humanos, no han dicho nada —ni lo van a hacer— sobre esa dictadura venezolana en la era de la tecnología de la información. Activistas de pluma que hablan periódicamente de victimización, agresión a mujeres, discriminación y vulneración de derechos y, sin embargo, ignoran lo que ocurre en esos países. Lo único que les inquietó fue cuando los militares sacaron a Zelaya en Honduras, pero aplauden o callan —que es lo mismo— cuando civiles, ansiosos de poder, manchados de sangre y ávidos de autoritarismo, utilizan a la Policía o al Ejército para matar a ciudadanos. Lo que molesta es el militar autoritario, no tanto el civil golpista y bribón con el que plácidamente adormecen la mano y anestesian el cerebro, mientras se llenan la boca de defender derechos. ¿A cuáles se referirán o de quiénes serán?

No hay nada más hipócrita que proclamar defender la libertad, la democracia o el respeto al prójimo y evadir la responsabilidad de criticar, condenar y señalar acciones delictivas de políticos como los Castro, Maduro, Cabello o de Kim Jong-un. La tibieza y la cobardía sirven de caldo de cultivo a esos militantes del periodismo que se unen al silencio, complicidad y falta de contundencia de países que no condenan acciones autoritarias o desconocen a esos gobiernos. Ah, y no sirven pomposas y diplomáticas declaraciones que evidencian falta de carácter y de claro compromiso con la democracia y la paz.

No nos engañemos, no hay tal cosa llamada socialismo del siglo XXI, es el socialismo de siempre, el tradicional, el autoritario, el que ha hundido y empobrecido a millones de personas, el que practican claramente algunos y en el que militan muchos más. Tampoco se han terminado las ideologías; todo lo contrario, están más presentes que nunca y se evidencia con lo que ocurre.

¡A mí no me tiembla el pulso para denominarlos por su nombre: criminales!

www.miradorprensa.blogspot.com

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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