ENCRUCIJADA
Macroeconomía rosa
En 2016 la inflación fue baja, hubo un crecimiento del PIB moderado, las reservas internacionales continuaron creciendo, el tipo de cambio se mantuvo bastante estable y el déficit fiscal fue bajo. Pero esta macroeconomía “rosa” engaña.
Para comenzar, no toma en cuenta todas las variables macroeconómicas. Una variable importante es la población guatemalteca, que está entre las que más aumenta en América Latina. Al crecer en torno al 2% por año significa que, aunque los ingresos totales de Guatemala (medidos por el Producto Interno Bruto, PIB) crecieron en un 3% en 2016, el aumento del ingreso por habitante fue de solo 1%. Este incremento extremadamente bajo del ingreso por habitante ha caracterizado a Guatemala desde hace décadas.
Además, este crecimiento ha beneficiado más a algunas personas que a otras. A pesar de que los asalariados formales e informales constituyen el 60% de la población ocupada, captan solamente un 30% de los ingresos totales (PIB) de Guatemala. En contraste, un 3% de la población ocupada, consistente en empleadores, captan más del 40% de los ingresos totales. De manera que cuando crece el PIB hay un pequeño grupo de la población que es el principal beneficiario de este crecimiento, mientras que la mayoría de la población tiene que conformarse con migajas y se mantiene pobre.
Hay países donde los asalariados están bien remunerados, con lo cual la distribución del ingreso no es muy desigual, y otros donde la desigualdad en el mercado de trabajo se compensa mediante la redistribución resultante del gasto público y de los impuestos. Guatemala no está en ninguno de estos grupos; es de los países más desiguales del mundo. Aunque tengamos un déficit fiscal bajo, la política fiscal endeble impide redistribuir, y ello es reforzada por la poca credibilidad de un Estado capturado por intereses de grupos particulares, y asociados en muchos casos a la corrupción.
Guatemala es también uno de los países del mundo con menor inversión, pública y privada. Lo ilustran las carreteras en mal estado y la escasa generación de empleo en el sector privado. El año pasado la inversión pública fue especialmente baja, pero la inversión privada también fue baja, y no solo el año pasado. Lo ha sido durante décadas.
La concentración del ingreso en pocas manos generalmente no ha dado lugar a más ahorros que luego se han invertido en la ampliación o creación de empresas. Se ha reflejado en inversiones financieras dentro o fuera del país, y en un consumo suntuario muy alto. A ello se agrega el consumo que resulta de familias pobres que reciben remesas de otros familiares que tuvieron que abandonar Guatemala ante la falta de oportunidades. La inversión total es bajísima.
Se habla mucho de aumentar la productividad, o de generar empleo formal, pero sin inversión es imposible hacerlo.
Y luego tenemos que se requieren pocos quetzales para comprar un dólar de importaciones, lo cual favorece el consumo de bienes importados. También favorece que los que concentran el ingreso en Guatemala inviertan sus ingresos en otros países, y que el turismo fuera de Guatemala sea barato para los sectores con ingresos para cubrirlo. Castiga la inversión dirigida a producir para el mercado local, inundado de importaciones, y también castiga a las exportaciones. No hay tal macroeconomía rosa. Si queremos que los ingresos crezcan, de manera incluyente y con inversión, tenemos que cambiar el paradigma macroeconómico prevaleciente y complementarlo con otras políticas sectoriales y microeconómicas. Enfrentamos un gran desafío.
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