PUNTO DE ENCUENTRO
Los símbolos
El expresidente Álvaro Arzú murió en un campo de golf. Se le rindieron honores militares y su féretro llegó a la Antigua Guatemala en una carroza jalada por caballos pura sangre que conducía un señor vestido con un traje colonial.
Todo eso describe quién fue y cómo vivió el cinco veces alcalde de la ciudad de Guatemala. Esos símbolos representan de manera contundente su pensamiento, el de su familia y allegados, y nos hablan de su concepción de la Guatemala próspera, esa que afirmó está bajo ataque y hay que defender.
Pero todo lo ocurrido este fin de semana habla también de nuestra sociedad y de cómo ha sido construida; dice mucho del impacto que el autoritarismo y la represión provocó y de la habilidad de los sectores de poder para instalar y mantener sus valores —que en realidad son antivalores—, para contar la historia y erigir la memoria.
Ellos edifican héroes y fabrican villanos, y su aparato de propaganda —porque eso y no otra cosa son sus medios de comunicación— se encarga de defenderlos/destruirlos en el imaginario popular. Lo que vimos durante estos dos días fue la versión televisada de la patria del criollo y la narrativa complaciente y agradecida hacia el caudillo. Perdí la cuenta de cuántas veces escuché o leí las palabras “defensa de la patria”, “soberanía”, “nacionalismo” y hasta “virilidad”.
La municipalidad de la ciudad de Guatemala fue el feudo de Arzú y lo supo administrar desde esa lógica autoritaria del manejo del poder que siempre lo distinguió. En el último tiempo, cuando las investigaciones por casos de corrupción tocaron a su puerta, la mejor defensa que encontró fue un buen ataque y por eso se puso al frente del bloque del statu quo como comandante en jefe. No se le puede negar la habilidad política para ordenar las piezas del tablero y colocar en puestos clave a sus incondicionales; lo que el FCN Nación no pudo hacer teniendo una nutrida bancada de diputados (la mayoría, tránsfugas) lo logró Álvaro Arzú Irigoyen con un solo legislador. Por eso Jimmy Morales se resguardó bajo el paraguas político del alcalde y le cedió el protagonismo. Habrá que ver ahora cómo reorganizan la estrategia y de qué manera van a cubrir su ausencia.
Sin embargo, la resistencia para la transformación del viejo sistema patrimonialista no termina con el fallecimiento de Arzú. Lo dejó claro su hijo en el discurso con el que despidió a su padre y a su mentor: “Él comenzó una lucha en sus últimos meses de vida. Una lucha por la defensa de la soberanía de Guatemala, por la independencia de Guatemala. Pero sobre todo por la dignidad de Guatemala (…) Nos dio una gran lección de coraje, de valor, de amor y determinación. Sacrificó su vida en esa lucha. Y, papi, te prometo que la vamos a continuar y la vamos a ganar”.
Así rompió Arzú hijo ese silencio autoimpuesto que se supone trae la muerte consigo. Ese momento en el que nos quieren convencer solo caben los elogios. Con su declaración volvió a darle play a la coyuntura nacional y trajo al tablero de un romplón los videos, las declaraciones de non grato, los policías retenidos y la evaluación que está haciendo el Consejo Nacional de Seguridad sobre la Cicig.
Las estructuras en las que se basó el poder de Álvaro Arzú permanecen y tienen capacidad de mutar y adaptarse, como quedó demostrado tras el asesinato del obispo Juan José Gerardi o el del propio capitán Byron Lima Oliva. La situación nacional está tan enrarecida que no sería de extrañar que se apresure el paso y se lea el simbolismo de las honras fúnebres como un respaldo implícito al bloque del statu quo. Ya se verá.