CATALEJO
Los periodistas y sus fallecimientos
El inesperado fallecimiento de la colega Ileana Alamilla, quien apenas el lunes pasado asumió el cargo de presidenta de la Asociación de Periodistas de Guatemala me hizo recordar y pensar en varias realidades. La primera y fundamental es la pregunta de qué se necesita para morir, cuya respuesta es simple: estar vivo. Tenemos prestada la vida, decían las viejitas de antes, y es cierto. La segunda es cómo le gustaría morir a un periodista. Para la mayoría, en la misma jornada de la publicación de su última noticia o de su última columna. Otros con todo derecho piensan en la visita de la Parca como un acontecimiento para el cual uno se prepara por motivos de salud, luego de un retiro voluntario o, simplemente, porque considera cumplida su tarea.
Otros periodistas no piensan en la muerte y se mantienen hasta el final, sobre todo los comentaristas, porque una larga carrera profesional lleva consigo el conocimiento directo de hechos históricos, básicos para comprender el presente. Ileana, sin duda, perteneció a este último grupo. Hace tres días conversamos con Ileana Alamilla sobre su plan para impulsar la protección de los periodistas en ejercicio y acordamos reunirnos la semana entrante. El martes envió a la redacción de Prensa Libre su último artículo, Los Periodistas y la Polarización. Hoy, jueves 18 de enero, escribo un obituario dedicado a ella, pero sobre todo a los principios regidores del periodismo independiente, la mejor forma de cumplir ese papel insoslayable de vigía y árbitro de la sociedad.
Su última frase es clara, haciéndose indispensable que los medios y los periodistas asumamos con entereza nuestra responsabilidad de contribuir a que el país avance, sin repliegues, en la lucha por la justicia, pero que al mismo tiempo no seamos los alzafuegos que quemen los lazos que deben tejerse para buscar acuerdos entre todos, superando las calificaciones de demonios y ángeles que ahora prevalecen de manera incremental”. La última columna de Isidoro Zarco, escrita el 28 de enero, dos horas antes de ser cobardemente asesinado como consecuencia de sus ideas y sus convicciones, decía en su frase final: “Esto por hoy, mañana diremos lo demás”. El periodista, en realidad, no piensa en su inmolación. Así es y así debe ser.
La cordial relación existente en la actualidad con Ileana Alamilla comenzó hace tiempo, pero con un intercambio de espadas periodísticas cuando el país se encontraba en la etapa pre-acuerdos de paz. Ella dirigía la agencia noticiosa Cerigua, vinculada con la guerrilla, y por eso hubo exposición de puntos de vista opuestos, defendidos y criticados con vehemencia pero con respeto. Ese respeto personal fue el motivo de conversaciones posteriores, si bien no numerosas, siempre con esa indispensable cualidad. La edad nos ayudó, creo, a pensar los hechos con matices distintos, pero sin cambios fundamentales. Luego, la vida nos hizo compartir las tareas de presidir la APG, ambos en dos ocasiones, así como compartir espacio en la sección editorial de Prensa Libre.
Cuando se habla de la muerte de un periodista, no es justo olvidar a quienes quedaron a la orilla del camino para lograr la libertad de expresión de la cual goza hoy el país, en un ejemplo de avance de la Historia. Por eso constituye un retroceso histórico todo ataque personalizado o institucional, así como los intentos de leyes represivas, las asesorías de auténticos personajes dictatoriales, así como aceptarlas. Ileana Alamilla tenía frente a sí la posibilidad de mantener la línea de la crítica y de la sugerencia serenas. Por primera vez en las siete décadas de vida de la Asociación de Periodistas de Guatemala, quien ejerce la presidencia muere en el ejercicio del cargo. Para terminar, mi pésame a Adrián Zapata, también columnista, y al resto de su familia.