EDITORIAL
Los olvidados acuerdos de paz
La firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), cuyo vigésimo aniversario se celebra hoy en el Palacio Nacional de la Cultura, es un hecho históricamente importante porque marcó el fin oficial de una sangrienta confrontación que dejó miles de víctimas y desplazados, en un número imposible de señalar con exactitud, como resultado directo de la mezcla en esa época de la Guerra Fría y los factores geográficos del país.
El inicio de esa guerra fratricida se remonta de manera oficial al 13 de noviembre de 1960, es decir, hace 56 años, cuando el conflicto entre las superpotencias estadounidense y soviética se encontraba en una fase de ascenso, que llegó a su punto culminante con la crisis de los misiles de 1963, protagonizada por los jefes de Estado John F. Kennedy y Nikita Khrushchev.
Por supuesto, las condiciones sociales contribuyeron a que en el territorio guatemalteco, con la colaboración del régimen cubano dirigido por Fidel Castro desde 1959, comenzara la expansión de los movimientos guerrilleros en Centroamérica, que luego actuaron en Nicaragua, donde triunfaron los sandinistas, y en El Salvador, escenario de mayores triunfos militares guerrilleros que en el país, pero que finalizó varios años antes del conflicto guatemalteco, sobreviviente a la desintegración de la Unión Soviética en 1989, siete años antes de la firma del 29 de diciembre de 1996.
En el esfuerzo por que terminara la lucha militar en Centroamérica participaron varios países latinoamericanos y europeos. Entre ellos destaca el Grupo Contadora, integrado por Colombia, México, Panamá y Venezuela. También es justo indicar que la posición guatemalteca de “neutralidad activa” fue un factor importante para que al final se firmaran los Acuerdos, desde el principio criticados y señalados tanto de ser insuficientes como de constituir una capitulación.
Lo prolongado de las negociaciones de paz entre los representantes de tres gobiernos guatemaltecos y los comandantes de la guerrilla, en reuniones con lapsos muy largos sostenidas en varias ciudades europeas y latinoamericanas, se constituyó en un hecho que a la postre hizo disminuir el interés mayoritario entre la población. No se puede negar, veinte años después, que esa firma en mucho fue el resultado de las presiones internacionales. El presidente de la época, Álvaro Arzú, fue criticado en su momento por su evidente molestia al estampar su firma.
Todo esto es necesario señalarlo de manera directa y sin ambages, como consecuencia del desconocimiento y desinterés que esos acuerdos y la guerra interna despiertan entre por lo menos el 75 por ciento de la población adulta actual del país. El mundo y los problemas nacionales cambiaron de manera fundamental. La realidad de hoy, diferente en muchos sentidos, convierte esa dolorosa etapa en uno más de los períodos históricos desconocidos por los guatemaltecos, sobre todo los jóvenes, quienes han heredado la lamentable falla educativa de conocer poco de la historia del país y la relación de esta con el entorno mundial.