PLUMA INVITADA
Los guatemaltecos perdimos el rumbo
Me es imposible equiparar la vida de una persona con la de otro ser vivo. El amor a los animales se está saliendo de balance. Ahora se “adoptan” perros y gatos, se les trata como a familia, se les celebran cumpleaños con pastel e invitados.
Por otro lado, se busca la aprobación de leyes que garanticen la protección de los animales; incluso tenemos iniciativas para que existan comederos públicos con concentrado y agua fresca para los peludos.
La sociedad guatemalteca, mi gente, los chapines, aceptan con normalidad y hasta excusan el maltrato, abandono o abuso hacia niños y mujeres, pero consideran inhumano golpear a un perro.
Es incomprensible cómo muchas personas están dispuestas a donar tiempo y dinero para defender los derechos de un perro abandonado; sin embargo, estoy segura de que esas mismas personas jamás compartirían un pan con un niño de la calle.
Veo una cantidad de iniciativas para promover la adopción de animales; sin embargo, no veo el mismo empeño para la adopción de niños. También veo a mucha gente indignada por los malos tratos hacia una mascota y a muchas otras dispuestas a ser hogares temporales para cuidarlos.
Lamentablemente, no he sabido de que esas personas estén dispuestas a procurarle ese mismo hogar temporal a una niña que fue abandonada por sus padres en la calle.
Evitar el maltrato a los animales es una acción loable, siempre y cuando tengamos presente que los seres humanos somos más importantes que esos seres y que nunca podemos equipararnos a un perro o un gato.
Cuando ya no veamos niños pidiendo limosna en las calles, cuando haya para los niños huérfanos lugares apropiados donde reciban cuidados, cuando todos tengamos los mismos derechos y oportunidades, solo entonces será el momento propicio para luchar por que haya comederos públicos para los perros de la calle.
Este no es el momento, señores, porque hay muchos niños que han sido abandonados en los hospitales, en bancas de iglesias o incluso en basureros; niñas abusadas por sus padres, maestros, hermanos o por sus mismos abuelos y obligadas a ser madres de otros niños que nadie quiere. No es posible que en medio de esta terrible realidad nos tomemos el tiempo para preocuparnos porque un gato o un perro no comieron ayer.
karen.lorenti.s@gmail.com