ECLIPSE

Los derechos humanos no tienen fronteras

Ileana Alamilla

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En esta época, cuando los católicos celebramos el nacimiento de Jesucristo, también rememoramos episodios de ese acontecimiento, cuando sus padres, María y José, tuvieron que huir para salvar la vida del niño que estaba por llegar al mundo. Así como ellos, a quienes muchos les negaron cobijo, millones de refugiados en la tierra siguen sufriendo las horribles consecuencias de las guerras, las injusticias, la violencia y la falta de humanidad de los poderosos.

Hablar de derechos humanos en nuestra sociedad es controversial, debido a la estigmatización que al respecto se ha creado por quienes los relacionan con la protección a delincuentes, particularmente a esos jóvenes marginados y víctimas de una sociedad excluyente a quienes denominamos mareros.

Muchas son las críticas en contra de una institución creada para defender esas garantías que corresponden, sin discriminación, a todos por igual. Una entidad que se convirtió en un paño de lágrimas y un consuelo para quienes estaban siendo violentados por el Estado o por cualquier otro actor, provocando enormes sufrimientos. Sin embargo, se fue granjeando enemigos, cuando, en cumplimiento de su misión, asumió también la defensa de los derechos humanos de aquellas personas consideradas como una escoria por la sociedad.

Este año, en el marco del Día de los Derechos Humanos, el magistrado de conciencia, Jordán Rodas, instituyó la Orden “Vida y Dignidad, Jorge Mario García Laguardia”, en reconocimiento a la trayectoria de ese notable jurista, quien también ocupó ese cargo con dignidad. Se otorgó en primera ocasión al padre Mauro Verzeletti, un religioso que ha dedicado gran parte de su vida a ayudar a quienes van en busca de un futuro sin las penurias que enfrentan en su patria; él es un verdadero cristiano, a quien tenemos mucho que agradecer, no solo por su humildad y alto sentido humano, sino por ser un ejemplo de vida y consecuencia, ya que desde 1993 está entregado a esa labor loable de albergar y apoyar a los niños que migraban sin sus familias y, en general, a los migrantes

Las Casas del Migrante, desafiar leyes que penalizaban a quien protegía a un indocumentado, la búsqueda de una legislación justa, de normativas que salvaguarden la vida y la seguridad de los migrantes, la promoción de su dignidad, el nuevo proyecto “Guatemala es tu tierra… quédate”, son algunas de las hermosas contribuciones del padre Verzeletti.

Mi reconocimiento a Verzeletti y a García Laguardia. Y también a Jordán Rodas; honrar, honra.

Irónicamente, el 18 de diciembre, Día de los Migrantes, en un vuelo de la Fuerza Aérea llegaron de regreso a su país 135 deportados de Estados Unidos, considerados un riesgo para la seguridad nacional de esa potencia. Vuelven de manera humillante, probablemente dejando atrás familias, ilusiones y sueños. Retornan a un país que parece estacionado en el tiempo, sin opciones para quienes están y para los que vuelven, que solo este año son casi 31 mil.

En su alocución, al recibir el reconocimiento, el padre Verzeletti hizo un llamado a salir de la globalización de la indiferencia y pasar a la globalización de la solidaridad, de la justicia, de la verdad y de la paz y, a su vez, en su gran humildad, felicitó a quien lo homenajeó. Agregó que “quien sale de su tierra, se la lleva en su corazón y en su pensamiento”.

“Los pies de los migrantes son sagrados, en cada pisada de la ruta migratoria dejan el sello de que están clamando por justicia, igualdad y fraternidad, y un mundo sin fronteras. Se merecen una nación que los acoja y los trate como seres humanos”, sentenció Verzeletti.

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