ECONOMÍA PARA TODOS
Los bolsillos del corrupto
Con motivo del bicentenario de la Independencia de Guatemala 1821-2021, se examina la experiencia de la transparencia en la lucha contra la corrupción.
La lección inaugural 2018 en la Universidad del Istmo de Guatemala, por la Dra. Reyes Calderón Cuadrado, lleva por título “La experiencia de la transparencia. El rol de las empresas y la industria en la lucha contra la corrupción”. Seguidamente, un extracto de la misma.
Sabemos que son propias de las empresas y los gobiernos, tanto las asimetrías de información —ese funcionario o ese responsable tienen acceso a mucha más información y conocimientos que la persona erigida, en primera instancia, en autoridad— como la imposibilidad —económica o real— de establecer controles o sistemas de incentivos perfectos. Ambos factores crean una zona de opacidad en la que ese poder conferido puede ser objeto tanto de abusos fraudulentos como de malos usos que, pudiendo no ser ilegales, representan una desviación del fin originario de la delegación.
Todas las organizaciones complejas cuentan con zonas más o menos amplias y/o conocidas de delegación-opacidad. Sin embargo, no siempre provocan corrupción. Para ello, sobre ese subsuelo debe erigirse un segundo elemento: que el mal uso o abuso de ese poder proporcionen suculentas rentas a sus tomadores. Las altas rentas asociadas al acto corrupto, que habitualmente son monetarias a corto plazo, pero también pueden serlo a largo plazo, acaban engordando los bolsillos del individuo corrupto, poco importa que lo sean directamente, o a través de su entorno, su familia, su círculo de amistad o su partido político.
Estamos por tanto ante el aprovechamiento espurio del ejercicio de un cargo burocrático, político o empresarial, que logra convertir un supuesto servicio público en una empresa particular, de cuyos beneficios no debe darse cuenta a nadie. ¿Es una empresa con un buen EBITDA? Al parecer, sí. En un estudio de 2004, el Banco mundial estimó que el montante global de los sobornos equivalía al 3% de la producción mundial. Unos los cobraron; otros los pagaron, y todos los sufrimos.
Ante esa opacidad y esas ventajas potenciales, algunos sucumbirán a esta tentación, otros no. Ciertas personas ni siquiera lo considerarán porque es ilegal y/o inmoral y va contra sus principios. Otras porque hay un tercer elemento que ha de tenerse en cuenta: el grado de impunidad.
Un agente que va a iniciarse en la corrupción no debe verse como un ladrón de carteras que aprovecha un descuido. Es alguien que desea montar, sobre su trabajo legal ordinario, un esquema de ingresos ilegales recurrentes. Para ello, no solo requiere disponer de la capacidad de tomar decisiones sobre un bien valioso y lograr que una tercera parte le pague por el abuso, necesita que se mantenga la opacidad y la fuente de esa renta. Es decir, necesita que exista una baja probabilidad de que su comportamiento sea detectado o que, siéndolo, sea nula o insignificante la pena que caerá contra su particular empresa.
Aunque diversos estudios señalan que las empresas que se instalan en un nuevo mercado pagan más del doble del precio promedio de un soborno, este factor parece coyuntural. El agente corrupto siempre realiza un cómputo racional de costes, riesgos y beneficios. Por poner un ejemplo, un agente con elevada retribución no aceptaría un pequeño soborno que pudiera conducirle a ser expulsado del negocio. Otra cosa acontecería si el soborno fuera muy alto (suculento, lo he llamado) respecto a su renta media o percibiera su acción como completamente opaca….