EDITORIAL
La huella de los generales
Para millones de guatemaltecos realmente pudieron haber sonado extrañas las recientes palabras del presidente Jimmy Morales en las que afirmaba que tenía rumores “fundamentados” sobre un golpe de Estado, algo que rápidamente se desvaneció cuando otros integrantes de su gabinete dijeron en distintos escenarios desconocer tales versiones e incluso el mismo mandatario evadió explicar las razones que pudo tener para declarar tal cosa.
Lo cierto es que para quienes tienen menos de cuarenta años las rebeliones militares para deponer a un gobernante son un asunto prácticamente desconocido, propio de libros de historia pero que no figura entre sus vivencias, por lo cual no pueden dimensionar el alcance y las implicaciones de una asonada. No obstante, los golpes de Estado fueron recurrentes en la Guatemala del siglo XX, cuando la población debía presenciar el triste espectáculo del derrocamiento de un militar por otro o por una junta de gobierno para, supuestamente, reencauzar el rumbo del país.
En una fecha como hoy, pero de 1982, Guatemala era testigo del penúltimo golpe de Estado militar del siglo XX, cuando un grupo de jóvenes oficiales del Ejército removió del poder al general Fernando Romeo Lucas García, por ser un régimen corrupto, pero también porque las elecciones celebradas 15 días antes, en las que había salido triunfador otro general, Ángel Aníbal Guevara, eran calificadas de fraudulentas, aunque en realidad subyacía una pugna de facciones militares en el contexto del conflicto armado.
Producto de ese golpe de Estado asumió una junta militar de Gobierno integrada por los generales Efraín Ríos Montt, Horacio Maldonado Schaad y el coronel Francisco Gordillo.
Ese triunvirato tenía los días contados, pues rápidamente Ríos Montt se las ingenió para consolidarse y la pugna de intereses desembocó en la autoproclamación como presidente, aunque eso nunca tuvo legitimidad, por ser tal cargo producto de un rompimiento constitucional.
Después de 15 meses de arrebatos político-religiosos, una supuesta lucha contra la delincuencia y la corrupción, así como el recrudecimiento de la represión en áreas de conflicto, Ríos Montt fue depuesto por otro general, Óscar Humberto Mejía Víctores, el 8 de agosto de 1983, cuyo régimen se orientaría a devolver la democracia al país, lo cual se concretó en 1985.
Han transcurrido 35 años del golpe de Estado que llevó al poder a Ríos Montt, polémico militar que ganó la votación presidencial de 1974 pero que al no lograr mayoría absoluta pasó junto a otro contendiente, Kjell Eugenio Laugerud, a una votación en el Congreso, que designó al segundo.
Así que al llegar ocho años después, por la fuerza, a gobernar al país, Ríos Montt aún arrastraría cierta popularidad, pero poco tiempo bastó para exhibir su absoluta falta de respeto a los derechos humanos y fanatismo religioso que lo llevaron incluso a tratar con displicencia al papa Juan Pablo II, cuyos ruegos a favor de condenados a muerte en tribunales de fuero especial fueron ignorados por el militar, quien en 2013 recibió una condena por genocidio, en un juicio cuya repetición se ordenó pero no ha podido realizarse por el estado físico y mental del otrora caudillo.