PERSISTENCIA
La “areté” homérica frente a la “areté” socrática
La “areté” homérica, que nutre toda la poesía épica, lírica y dramática, no es continuada por Sócrates. Es decir, para el heleno artista, que sigue la tradición homérica, es tan importante lo bello (= “kalós”) como lo bueno (= “kagathós”), no habiendo, en absoluto, separación entre el alma (= “psyché”) y el cuerpo (= “soma”).
Asimismo, la educación del heleno de la época de la democracia es diferente de la educación del heleno de la aristocracia. Por ello confirma, acertadamente, Jaeger que: “La educación profesional, que heredaba el tipo del padre si seguía su oficio o industria, no podía compararse con la educación total en espíritu y cuerpo, del aristocrático kalós kagathós (bello y bueno), fundada en una concepción del conjunto acerca del hombre (…)”, (Paideia, capítulo “Los sofistas”).
Luego, nos encontramos con dos tipos de “aretai” diferentes: a. El que se da en la época homérico-arcaica y que se proyecta hasta el drama ático, en donde la educación se dirigía con exclusividad a la clase aristocrática (para la cual el cultivo de la belleza y destreza del cuerpo humano iba unido íntimamente a su formación ético-religiosa); y b. El que se da en la época demócrata-socrática, que no solamente se dirigía a la educación del ciudadano común, según la profesión de su padre, sino –de acuerdo con los sofistas y Sócrates–, lo bello corporal podría suprimirse siempre que “perjudicara” lo que se consideraba de manera arbitraria e intolerante lo “bueno”. Así surge un nuevo ideal de hombre que ha de llenar las necesidades prácticas y educativas de la “polis” democrática.
Sócrates, perteneciente a la clase popular, que no a la aristocrática, es, asimismo, feo de cuerpo, lo cual, sin duda, influye para que proclame, en forma única y exclusiva, la belleza o bondad del espíritu, la cual se yergue sobre la del cuerpo, separándose totalmente de él.
La “areté” proclamada por Sócrates se alza en total rebelión en contra de la “areté” homérica-aristocrática, en donde los dioses son como los hombres, aventajándose, tan sólo, en grandeza e inmortalidad. Unos dioses no perfectos, que vendrían a ser verdaderos en cuanto son símbolos de los instintos o pasiones de los humanos. Unos dioses, por lo tanto, que yacen más allá del bien y del mal, como lo está el alma humana, regida por rigurosas leyes, de acuerdo a la ciencia psicoanalítica freudiana.
La “paideia” (= educación) helénica homérica-aristocrática es totalmente diferente a la “paideia” helénica democrática, regida por los sofistas y, más adelante, por Sócrates y Platón.
Ahora bien, cuando el Estado democrático griego condena a muerte a Sócrates, que como “hereje” repudia la religión homérica y pervierte a la juventud (instándola a la represión de sus instintos eróticos hacia la mujer, para encaminarlos hacia los “efebos” y convenciéndola de abandonar el cultivo de la destreza y belleza del cuerpo, relegándolo a la inacción y torpeza física, en aras de la “inmortalidad del alma”), da a conocer que todavía se considera a Homero y a los poetas líricos y dramáticos como los más altos representantes del “ideal del hombre heleno”; pero, al mismo tiempo, precipita la desaparición de la creencia en este ideal, al hacer de Sócrates un mártir pre-cristiano, que incita, al ya corrupto heleno, al sadomasoquismo, nacido del natural resentimiento que siente todo humano pobre, humillado y feo, frente al rico, orgulloso y bello.
La democracia es, así, según las leyes del alma humana, originada por el sentimiento o complejo de inferioridad que el hombre plebeyo siente por el hombre aristocrático.