EDITORIAL
La angustia de los politiqueros
Mientras los estadounidenses daban un nuevo sentido a su democracia, en Guatemala se producía otro acto circense, al quedar en evidencia la politiquería y a sus principales representantes, quienes no muestran la menor vergüenza para confesar sus repugnantes acuerdos y su falta de convicciones para comprender el sentido de su misión.
El punto más vergonzoso en la plenaria del pasado miércoles es que entre el grupo de tránsfugas se perdió cualquier vestigio de ideología o, cuando menos, de una postura sobre temas específicos, pues la discusión en torno a una reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos se reduce a su posibilidad de participar o no en las siguientes elecciones.
El transfuguismo debería ser una medida extrema de cualquier diputado cuando un partido traiciona la esencia de su credo, pero no puede ser, como ocurre en Guatemala, un constante cambio de camisola para arrimarse a los partidos ganadores en cada contienda electoral, como lo han hecho todos los congresistas de esta y las anteriores legislaturas.
Ese incongruente proceder ha sido otra de las causas de la corrupción, porque los caciques de la partidocracia han encontrado en ese repudiable vehículo la mejor vía para apropiarse de una representación que está divorciada de los votantes, porque el negocio y el bienestar personal prevalecen sobre la discusión de temas de beneficio mayoritario.
Delia Bac es en la actualidad una de las figuras más representativas del repudiable transfuguismo, como lo evidenció el pasado miércoles cuando reclamó en el hemiciclo un voto a favor de los tránsfugas, así como ellos habían dado su respaldo para aprobar la ley que benefició a secretarios de partidos políticos y a quienes incurrieron en financiamiento electoral ilícito.
Cualquier rasgo de pertenencia partidaria quedó anulado con el discurso oportunista de los tránsfugas, presas de la desesperación porque se les agota el tiempo para acomodar la ley a sus particulares ambiciones, con el único objetivo de seguir beneficiándose del Estado, de los recursos públicos y buscando engañar, una vez más, a sus incautos electores.
El transfuguismo es el resultado de los fracasos gubernamentales en la implementación de políticas de proyección social y por lo que ningún partido ha podido sobrevivir el tiempo suficiente para consolidar modelos capaces de motivar la participación ciudadana en proyectos capaces de convertirse en vehículos para canalizar las numerosas y profundas inquietudes de la población.
Casi todos los partidos han desaparecido luego de hacer gobierno, y el ansia de medrar de los recursos públicos ha sido el origen del transfuguismo porque un repudiable cambio de camisola ha bastado para engañar a los votantes, por ello es que el mayor fiasco de nuestra electorera democracia ha sido el actual partido oficial, porque demasiado rápido traicionó el afán por cambiar el viejo modelo mercantilista.
Ciertamente, el transfuguismo ha sido el mayor valladar para el fortalecimiento de la democracia y la mejor muestra de ello es que Guatemala es el mayor cementerio de partidos políticos del mundo.