EDITORIAL

Indigna postura ante un tirano sanguinario

Vergüenza deberían sentir las izquierdas latinoamericanas, pero en especial quienes en Guatemala abrazan esas ideas, porque su postura sobre lo que ocurre en Nicaragua debe ser inequívoca y alejada de una supuesta confrontación ideológica. Lo que ocurre en ese país se reduce a una brutal sanguinaria respuesta de un régimen tiránico marcado por años de abuso y de manipulación de un sistema colapsado.

La masacre desatada por fuerzas gubernamentales y grupos paramilitares para acallar a sangre y fuego la protesta por los abusos es intolerable, sobre todo por la enorme cantidad de víctimas que pesan sobre el ortegamurillismo. Ante eso no debe existir la menor reserva de condena, como ya lo han hecho la mayoría de gobiernos latinoamericanos.

Una de las mayores aberraciones de las izquierdas centroamericanas es creer que Daniel Ortega y su pareja presidencial, Rosario Murillo, son la más genuina expresión de la voluntad popular. Deben recordar que para perpetuarse en el poder hicieron alianzas con corruptos políticos, tal y como ocurrió en Honduras, a través de manipular la Constitución.

Muchas instituciones nicaragüenses han sido cooptadas por esas mafias y por eso pareciera que Ortega tiene respaldo, pero no es así. Quienes hoy lo apoyan han parasitado en un Estado abusado, saqueado y sometido al pillaje.

El caso nicaragüense ni siquiera debería ser visto bajo el tamiz de las ideologías, pues la violenta respuesta de las autoridades en contra de la protesta generalizada es la mayor expresión de pérdida de la razón en la conducción gubernamental. Eso es lo más intolerable y lo que debe ser repudiado por quienes aspiran a que la crisis se arregle por la vía del diálogo, lo cual ha sido la excusa para prolongar su insostenible situación.

No se puede hablar de diálogo cuando por parte del Gobierno y sus esbirros hablan las armas, mucho menos cuando el comandante supremo ha perdido la razón, masacrando a su pueblo, atacando a todos los sectores que le han retirado el apoyo, por la brutalidad de los paramilitares, con el argumento de ver en las manifestaciones una conspiración. Simplemente se trata de frenar un mayor derramamiento de sangre y echar a uno de los gobernantes más traidores de Centroamérica.

El expresidente de Uruguay José Mujica, una de las mentes paradigmáticas de la izquierda latinoamericana, envió un mensaje al tiranuelo poco después de que el senado uruguayo emitiera una resolución de condena contra el gobierno nicaragüense: “Hay momentos en la vida en que hay que decir adiós”, al fijar su postura sobre la insostenible situación en el país centroamericano.

Quienes deliran por las banderías populistas deberían empezar por llamar a la cordura a los tiranos y exigirles que cese de inmediato la represión, desmantelen los cuerpos paramilitares y se sometan a la propuesta de quienes todavía creen que por medio del diálogo se pueden restablecer las vías para llegar a un nuevo proceso electoral adelantado, para un pronto restablecimiento de la democracia. Ninguna tiranía ha resistido hasta ahora el peso del descontento de su población ni de la presión internacional.

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