LA ERA DEL FAUNO

Indigencia, estatura moral superior al funcionario

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Hace más de un siglo, Justo Rufino Barrios decretó que los indigentes atentaban contra la moral porque carecían de profesión, oficio, renta, sueldo y ocupación. Medio siglo después, Ubico los puso al servicio de los terratenientes, de los cafetaleros. Los forzó a trabajar gratuitamente como hizo con los indígenas, los dueños de “terrenos rústicos” y los desempleados. Los obligó a portar una constancia de haber servido, sin cobrar, en fincas “por lo menos tres manzanas de café, caña o tabaco, en cualquier zona; tres manzanas de maíz, con dos cosechas anuales en zona cálida; cuatro manzanas de maíz en zona fría; o cuatro manzanas de trigo, patatas, hortalizas u otros productos, en cualquier zona”. Algunos adinerados de actualidad deben su prosperidad a los indigentes, los indígenas y los desempleados cuya esclavitud puso la espalda y mano de obra.

Hasta hace unos años, los indigentes eran vistos con cierto temor candoroso. Eran la amenaza empleada contra los niños mal portados. Te va a llevar el charamilero. Te va a llevar el viejo entre su costal. Eran seres animados no necesariamente humanos. Pero pasemos adelante, este julio 2017, al cuarto de don Panchito, hipocorístico con el cual quedó apuntado en los diarios el hombre que murió encerrado en una casa de la zona 5, rodeado por cuatro de sus perros que se lo comieron: tres canches y uno café tirando a negro. En ese cuarto de muros descascarados descriptores de una pobreza urbana extrema, hay montículos de trapos viejos, envases plásticos, pedazos de papel, una escoba. Un oso de peluche parece mirar hacia el cuerpo tendido del hombre, Panchito, que viste zapatos tenis, pantalón azul, y está como acurrucado, con el rostro pixelado en las publicaciones para que no suframos una conmoción, pues tras morir, no se sabe de qué, sus perros le comieron el rostro y un brazo.

Ese hombre muerto, cuasifetal, fue niño. Seguramente gateó, rio, se habrá subido a un resbaladero. Con el tiempo, quiso ser alguien en la vida, entiéndase alguien saludable, con un empleo y deseoso de pasear, de ir a la feria. Habrá tenido ilusiones. Amó, fue amado, acariciado, alguna vez, quién sabe. Los indigentes no nacieron así. Paco, Panchito y cuantos viven muertos en las aceras, antes esclavizados y ahora símbolo de indiferencia, son Nadie. Mueren en madrugadas frías, con hambre o delirando por abstinencia; bajo el sol, comidos del rostro por los moscos. En vida carecieron de salud, vestido y vivienda que les garantiza la Constitución, la cual no es para ellos, sino para gente importante, como Sinibaldi, que robó al país y repartió Q1,800 millones en sobornos.

Los “mendigos no patentados”, como los llamó Rufino Barrios, no implican un estorbo porque viven así, muertos, sin manifestar. Son los despojados, pero quizá, tienen la conciencia más limpia que los prófugos de la justicia, esa gente bien comida, de conciencia sucia, moralista integrante de bandas criminales que operan desde puestos de gobierno o del Mariscal Zavala. Mafiosos entre los mafiosos.

Veamos este mensaje, recuperado de la cuenta de tuiter del hoy prófugo de la justicia Julio Ligorría: “US$635 millones embargados a Kirshner, queda claro que la izquierda supero (sic) a la derecha y han demostrado su excelencia engañando y robando” (28 dic. 2016).

Los diputados que pelean un sueldo que no merecen, los prófugos de la justicia, los rateros de altos vuelos, hipócritas entre los hipócritas, afortunadamente nunca serán comidos por los perros, apenas serán esquilmados por los litigantes maliciosos. Que, para el caso, es lo mismo.

@juanlemus9

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