REGISTRO AKÁSICO
Inadmisible pasar por alto incitación a la violencia
La moronga se hace con una mezcla, generalmente de cerdo, con poca carne picada, aderezada con cilantro, perejil, ajo y cebolla, así como otras especias o harinas, murgulada en sangre, que una vez coagula, se zambute en la tripa del animal, con amarres en tramos cortos. La adquisición de significados simbólicos es ilustrativa.
Existe la costumbre citadina de beber una cerveza helada con un taco de moronga, en el tercer sótano del mercado central. Los briagos están a moronga, quizás por la idea que se han sumergido en alcohol. Algunos socarrones señalan que “invitan a dar buen uso a la moronga”, cuando realizan la convocatoria a saborear esa exquisitez urbana.
Como se sugirió, se usa como sinónimo de pene, porque, en algunos casos, es la parte de la carne que se utiliza en el embutido, ante los escrúpulos que genera servirlo en un platillo. Por esa circunstancia se le equiparó al vergajo, o sea el látigo que se hace con vergas de toro retorcidas para infligir castigos humillantes. Algo parecido a la denominada “justicia ancestral” en nuestros lares.
En consecuencia, moronguear a una persona o darle morongazos, es equivalente a flagelarlo con el vergajo. En algunos pueblos, ante niñas y niños, algunas señoras y señores se esfuerzan por ejercitar esa función, no sin esbozar una sonrisa expresiva del goce de la punición atávica, aplaudidos por los intelectuales del régimen. Lo justifican como “maya”, hecho imposible porque no existían vacunos en la civilización ancestral de la patria. De donde está más relacionado con las golpizas que propinaban los paramilitares contra los que se negaban a prestar el servicio de vigilancia durante el enfrentamiento armado interno. En fin, también tiene esta connotación violenta.
Se ocupan estas líneas en este asunto que parecerá trivial, pues el alcalde de la ciudad llamó a sus partidarios a dar morongazos a unos vendedores ambulantes que destruyeron unas figuras de fibra de vidrio en la sexta avenida de la zona uno. Muchos se han alzado ante tamaña desproporción, no obstante para evitar ambigüedades, amerita aclaración.
La Vanguardia, diario catalán, informa que en junio del año pasado un grupo fascista ucraniano de la ciudad de Tbilisi, Georgia, agarró a salchichazos a los clientes de un restaurante vegetariano. El líder del grupo fascista, Bergmann, les ordenó atacar a los veganos porque el restaurante Kiwi también era lugar de citas de la comunidad LGBTI. La verdad parece ser dicha por los vecinos de los restaurantes vecinos, que señalaron al Kiwi como base de los socialistas georgianos. De esa cuenta les lanzaron salchichas que llevaban como collares, para insultarlos.
Existe un paralelo, en un caso se trata de la orden de un líder fascista acostumbrado a la agresión; en el país, la incitación la hizo un falangista, que es lo mismo. Pero eso no es lo que se discute, sino el contenido del mandato. Es evidente que el alcalde no llamó a lanzarles morongas a los vendedores ambulantes, pues lo hubieran tomado como recompensa a su invasión mercantilista. Y ¿quién sabe?, tal vez, para celebrar, hubiesen ido con las mismas, hechas tacos, a beber una cerveza helada, en el lugar citado.
Está claro que no animaba a lanzar embutidos, como pretende la defensa del alcalde. Se trata de una invocación a la violencia, penada por las leyes del país. La incitación pública al motín es un delito que motiva el retiro inmediato del responsable. Ya basta de impunidad. Los prepotentes acostumbrados a la violencia sin límite para enriquecerse y aumentar sus privilegios deben ser apartados de los cargos públicos. La justicia debe ser pareja, para todos. No debe haber excepciones ni complacencias.