CATALEJO
Importancia de la educación telúrica
La reciente erupción del Volcán de Fuego trajo a la superficie de la atención pública un factor poco tomado en cuenta: la falta de educación y por lo tanto de conciencia ante las realidades y peligros del país, lo cual se manifiesta también en numerosos temas y en la seguridad en la vida cotidiana, cuya ausencia se refleja en indeseables percances. Los ejemplos son muchos: la falta de conocimiento de los riesgos de manejar a altas velocidades, evitar la decisión de negarse a abordar vehículos de servicio público, con el agravante de estar en malas condiciones de funcionamiento. La falta de educación acerca del alimento provoca la ingesta en exceso de la comida chatarra o de alimentos cocidos en malas condiciones de higiene.
Y así, la lista es larga. Las condiciones naturales del país obligan al conocimiento de determinados temas telúricos no necesarios en otras latitudes, donde no hay terremotos, o son pocos, no hay volcanes, no se encuentran las fronteras de las placas tectónicas, etcétera. La posibilidad de terremotos, posibles de ocurrir cualquier día, obligaría a la divulgación de cómo evacuar edificios y casas, a exigir focos de luz en las escaleras, cuyo diseño debería obligatoriamente incluir pasamanos fáciles de asir, no simples adornos producidos como parte de un diseño arquitectónico hecho sin tomar en cuenta la seguridad. Se toman como actos de Dios a numerosas experiencias provocadas en realidad por el descuido humano y muchas veces la terquedad humana.
No es suficiente emitir leyes, sino realizar las campañas necesarias para convencer a los usuarios del derecho de reducir los efectos de situaciones de emergencia, normalmente inesperadas e imposibles de predecir o de hacerlo totalmente. Se debe empezar con los niños en las escuelas. Hay casos, como la campaña contra las pajillas de plástico realizadas en dos municipios sololatecos.
He escuchado de colegios donde los estudiantes son entrenados para separar la basura natural (frutas, etc.) del plástico, de objetos de tela y de metal. Por otra parte, es necesario hacer campañas de concientización del peligro de vivir en las faldas de los volcanes, destructores potenciales de todo aquello colocado a su paso cuando despiertan su furia.
Por aparte, el ordenamiento por cuadra de equipos dependientes de organizaciones privadas, no del gobierno, ayuda a la celeridad de reacción, siempre y cuando los encargados y la mayor cantidad posible de entrenamiento de organización, primeros auxilios, etc. La educación de temas telúricos, es decir relacionados con la Tierra, es un largo proceso. Traspasa el período de un cuatrienio y necesita ser serio, preparado por conocedores. En este momento, los guatemaltecos somos “analfatelúricos”. No se trata de convertir a todos en doctores cum laude sobre el tema, sino en ser conocedores de la lógica y de la comprensión obligada para disminuir las consecuencias de los fenómenos naturales. Esto es mucho más complicado de lo aparente, porque tocará intereses económicos muy claros.
Pero al encontrarse Guatemala en una etapa de cambios, no sobra señalar temas como este. Llama la atención saber, por ejemplo, quién y por qué causa otorgó a los campesinos los empinados y peligrosos terrenos donde se asentaban las víctimas. Sin duda alguna, bomberos y socorristas participantes merecen no solo el agradecimiento, sino la comprensión real de sus tareas entre la población, por trabajar literalmente a riesgo de sus vidas. Otro factor es la población en aumento, tema al cual pocos dan importancia, aunque sea la principal razón por la que cuando ocurra el próximo terremoto, tal vez muy pronto, el número de víctimas mortales sea igual o mayor al del 76. La educación telúrica abarca numerosos aspectos. Mientras más pronto se tenga conciencia, mejor será.