PLUMA INVITADA
Historias infantiles de Guatemala
“Respira profundo y cuenta ovejas, amor. Mañana tomarás camino, ya juntas haremos luz”. Cortó la llamada, respiró profundo y se fue a dormir la pequeña Deisy Adalí. Pasó una última noche en la choza de tablón; la leña apilada, con tierra apelmazada transpirando humedad; colchones regados por la habitación. Las carencias compensadas con el lujo natural que invade la ventana, un verdor montañoso traslucido por el manto de la niebla.
Aún oscuro, despierta cuando el abuelo Sebastián, con marcador indeleble, estampa su piel con unos datos personales: un número de teléfono, una dirección. En el suelo espera una pequeña mochila con princesas de fantasía bordadas, última reminiscencia de lo que ella aún es: una niña guatemalteca de tan solo 12 añitos de edad. Emprenderá camino la nueva peregrina, la niña del valle y la montaña de Uspantán.
De su madre, Floridalma, conoce solo su voz entrecortada por el auricular. Imagina su rostro por la foto desteñida que lleva en el bolsillo. Floridalma escapó 10 años atrás del filo del machete del varón que, arrebatando de golpe su niñez, la hizo mujer. Hoy comparte renta en un pueblo del Norte. “La otra Guatemala”, le llaman, una tenue idea de un mentado “Tenesí”.
La ansiedad domina recordando a quienes fueron vencidos por el camino. Pero el miedo es apagado por la esperanza del abrazo maternal. “¡Que esa voz por fin tenga aroma! ¡Que su abrazo sea mi escondite!”. La niña quiere a su mamá. El viejo abuelo se muerde el labio para no quebrarse. Hoy se va su pequeña Deisy, como antes lo hicieron los demás. El país integrado por más de 20 mil microcentros con todo tipo de amenazas, como la escasez acrecentada por el cambio inclemente del ciclo pluvial.
La juventud escapa, y se vislumbra una nueva crisis de emigración infantil. El Instituto de Políticas Migratorias en Washington detecta más de 20 mil menores guatemaltecos que han atravesado la frontera en 2016. Niños que, tocando la puerta, evocan el poema que calza la Estatua de la Libertad. Pero ahora, esa “Madre de Exiliados” ya no recibe al mundo entero. Su canto transformado, las fronteras ha cerrado, su espíritu cauterizado, lejano de aquel que un día exclamó: “Dadme a tus cansados, tus pobres, tus masas amontonadas, gimiendo por respirar libres. Los rechazados de tus costas fecundas. Enviadme a estos, los que no tienen hogar, los desplazados por la tempestad”. Guardada quedó la lámpara luminaria de la “Señora Libertad”. Ahora entona un nuevo grito: ¡Las puertas se han cerrado, ya no vengan a tocar aquí!
El sol sale aquella mañana en Uspantán. Deisy Adalí se monta la mochila y emprende un camino indescriptible. Ella viaja antes que la frontera quede sellada para siempre. No viaja en busca de oportunidades. Urgida, busca atravesar el último agujero que le conduzca a mamá.