LA BUENA NOTICIA

Evangelio universal

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En cierta ocasión, Jesús salió a territorio fenicio y una mujer del lugar le suplicó por la salud de su hija.  Jesús se resistió y, ante la insistencia de sus discípulos para que atendiera a la mujer, justificó su negativa con una declaración de nacionalismo exacerbado: “Yo no he sido enviado, sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.  Estamos tan acostumbrados a considerar el cristianismo como una religión universal, que no sabemos cómo encajar la declaración de Jesús.  Finalmente él concedió el favor y la historia terminó bien.  Pero la declaración ahí está, y plantea no pocas preguntas.  ¿Cómo evolucionó Jesús de una concepción tan etnocentrista de su misión a una abierta al mundo que se refleja en el envío de sus discípulos a todos los pueblos?

La escena que comentamos quizá sea el episodio en que Jesús se muestra más radicalmente nacionalista en los evangelios. Pero en esos mismos escritos también hay otros relatos de encuentros de Jesús con gente no judía; es decir, gentiles, en los que se muestra más acogedor y receptivo, e incluso tiene declaraciones y parábolas en las que vislumbra que personas y pueblos gentiles acogerán su mensaje con mayor simpatía que los mismos judíos. Pero es un hecho también ampliamente atestiguado que el discernimiento de la primera generación cristiana para comenzar a evangelizar a los pueblos gentiles se dio con dificultad y que fue san Pablo el principal artífice de la transición.

Pero, ¿cómo fue posible que el Mesías de Israel se convirtiera en el Salvador del mundo? Porque Jesús dio respuestas a problemas propios del ser humano en general. En las diversas formas en que la esperanza mesiánica estaba vigente en Israel, el Mesías vendría a solucionar problemas fundamentalmente nacionalistas y políticos: la liberación del poder romano, la restauración de la monarquía davídica, el restablecimiento del sacerdocio legítimo en el Templo, la revancha justiciera de Dios contra los opresores de Israel. Jesús ignoró por completo toda esa problemática. Reivindicó ciertamente su condición mesiánica, pero se ocupó del problema del hombre que sufre enfermedad corporal o que padece exclusión o que sufre ante la imposibilidad de deshacerse del mal moral que ha cometido y que teme ante la muerte. Estos no son problemas de judíos, sino del hombre mortal donde quiera que exista. El mensaje cristiano, tal como se configuró después de la resurrección de Jesús, da respuesta a una serie de problemas de índole más bien antropológica y universal: el sentido de la vida humana frente al hecho de la muerte; la posibilidad de poder dejar atrás un pasado inmoral para comenzar una vida nueva; el sufrimiento del inocente bajo la providencia de Dios. Estos son problemas universales para los que solo Dios puede dar respuesta satisfactoria.

Hay otros problemas humanos que nos preocupan. La enfermedad inevitable, la pobreza degradante, la violencia excluyente en las relaciones sociales. Estos problemas graves tienen respuestas al alcance de la buena voluntad y la inteligencia humana. No se necesita que Dios venga a este mundo a resolverlos. A lo sumo hace falta una motivación religiosa, que la fe en Jesús proporciona, para sostener el impulso moral que guíe a los actores sociales para su solución. Reducir el mensaje de Jesús a la solución de esta problemática es una vuelta al inmanentismo del mesianismo judío. El universalismo del mensaje de Jesús radica en que hace posible que cada persona entienda su existencia personal desde la trascendencia de Dios para encontrar respuesta a los problemas del mal moral en el ejercicio de la libertad y del sinsentido de la vida frente a la muerte.

mariomolinapalma@gmail.com

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.

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