FLORESCENCIA
Escuchar
Cuando regresé a Guatemala hace unos 10 años, con la visión de crear oportunidades y aportar con nuestro país, tuve la dicha de encontrarme con personas que me guiaron y me ayudaron a sortear la incertidumbre que suponía para mí conocer nuevamente mi país —especialmente la ciudad.
Una de estas personas que pronto se convirtió en más que mi amigo, sino un mentor, es el exmagistrado Luis Fernández Molina. Recuerdo uno de nuestros primeros encuentros, especialmente porque llegado el día concertado para nuestra reunión me llamó para avisarme que no podría realizarse porque había manifestaciones con bloqueos en las calles.
Confieso que de entrada esa noticia me llenó de tristeza y mucha decepción —me incomodó. Tenía que regresarme a mi casa a Los Ángeles, California, sin poder lograr uno de mis propósitos. Sin embargo, esa experiencia era solo parte del aprendizaje al que estaba por embarcar y que rápidamente me hizo recordar lo que mis padres me enseñaron.
Para entonces, las circunstancias que me habían hecho irme de Guatemala habían cambiado. La guerra interna y los reclutamientos forzosos que cobraron la vida de miles de inocentes habían terminado. Había progreso. Es fácil verlo cuando uno sale de su entorno por varios años —pero el que hubiera manifestaciones era signo de que en el trasfondo había cosas que subsistían.
Uno debe tratar de comprender el porqué de ciertas actuaciones de las personas, antes de juzgar —me dijo mi amigo. Pensar que uno tiene la razón y justificarse por el bien propio es fácil.
Es recurrente escuchar como justificación del rechazo a los bloqueos la interrupción de la locomoción. Nos vemos interrumpidos en nuestra comodidad. Una de las grandes enseñanzas del razonamiento de mi amigo y consejero fue que antes de juzgar deberíamos aprender a escuchar; ponernos en los zapatos de las otras personas y no dar pie a los prejuicios. Una norma simple, ardiente, ancestral y bíblica. A pesar del asombro, me causó alegría ver esta norma en acción de alguien que ha vivido siempre en la gran ciudad de Guatemala.
Al conocer un poco más, me di cuenta de que la forma de pensar de mi amigo no era únicamente producto de sus estudios avanzados y de sus logros profesionales dentro y fuera del país, sino que era principalmente porque se había tomado el tiempo de conocer Guatemala, su historia y sus habitantes. Había recorrido junto a su familia todos los departamentos del país y conocido de cerca al campesino, al comerciante en los municipios, a los dueños de las panaderías de las aldeas y a autoridades ancestrales. Ha escuchado.
He sido muy afortunado de haber tenido a mi alrededor personas con esa mentalidad. Pero debo confesar que ahora que cuento con un grupo cada vez más grande, unido por Guatemala y con esa apertura, me llena de esperanza y me da confianza sobre la posibilidad de estar cerca de una genuina valoración de la riqueza que representa nuestra diversidad.
Como la experiencia de mi amigo Luis Fernández Molina, el fin de semana último, un grupo de amigos viajó en bus hacia las áreas rurales del país, guiados por la búsqueda de la verdad, abiertos a la esperanza de aprender y no de ir a enseñar. De ir a escuchar en vez ir a imponer. De ser humildes en lugar de dar órdenes. De admirar en lugar de ser admirados. De actuar a cambio de criticar. ¡Personas proactivas!
Contrario a pequeños grupos que difunden mensajes que crean confusión y miedo, este es un grupo de personas de la que quiero ser parte, porque me representan y porque aquí mi verdad no es su verdad, sino que la diversidad de nuestras verdades es la de Guatemala.