ALEPH
Es oficial: vivimos una feudo-clepto-narco-teocracia
Guatemala se ha convertido en un experimento gubernamental sin precedentes. En pleno siglo XXI, las características que definen al Estado guatemalteco nos remiten más a la Edad Media que a ningún otro tiempo y lugar. Vivimos un gobierno feudo-narco-clepto-teocrático. El predominio de una función sobre la otra (a veces más feudal, a veces más narco, más teocrático o cleptocrático) ha dependido de las circunstancias, y de cómo ha sido manejado el poder por quien gobierna (o más bien por quienes lo han puesto a desgobernar).
El gobierno de Morales es en cierta medida feudal, porque su característica principal es el pacto (corrupto) que se ha establecido entre quienes se creen “clase aparte” y sus vasallos; además, la mentalidad y los valores de los señores feudales, amos de tierras y campesinos empobrecidos, se define por la función militar (¿se acuerdan de la foto del 31 de agosto?). Es también un gobierno cleptocrático porque los sectores de poder político, económico y judicial —entre otros— son corruptos, y ese poder se basa en el robo del capital y la institucionalización de la corrupción y la impunidad, por medio de prácticas como el peculado, el financiamiento electoral ilícito, el nepotismo y el clientelismo político. Es narcocrático porque el capital emergente del narco y el crimen organizado se ha unido al capital tradicional, y juntos han secuestrado al Estado, actuando de manera ilegal e ilegítima para la defensa de sus intereses. Y es teocrático porque no hay separación entre Estado e Iglesia y las autoridades gobiernan aquí en el nombre de su Dios, creyendo que, después de ese Dios hecho a la medida, solo están ellas.
Miren qué cristianos somos, porque esto que sucede aquí no es producto de la casualidad, sino de la injusticia, la estupidez y la corrupción: el 65 por ciento de la niñez guatemalteca de entre 0 y 14 años vive en pobreza extrema, y 1 de cada 2 menores de 5 años padecen desnutrición crónica irreversible. En 2017, más de 90 mil niñas y adolescentes entre 10 y 18 años quedaron embarazadas, y de los 5 mil 85 exámenes forenses que se practicaron por delitos sexuales, 137 fueron en menores de 1 año de edad (¡!). En ese mismo periodo fueron repatriados 8 mil 839 niños y niñas, y murieron 840 de forma violenta. Hasta la fecha hay más de 2.5 millones de personas menores de edad fuera del sistema educativo. Hay momentos en que siento que Guatemala apesta a esa escena del libro El perfume, en la cual una mujer miserable da a luz a un hijo que no quiere, en el lugar más putrefacto de un mercado parisino del siglo XVIII. Hasta puedo sentir la pestilencia del lugar donde el recién nacido lanza su primer llanto, entre las vísceras y los desperdicios del puesto de venta de pescado de su madre. Así este país que no ha conectado con sus más profundas fibras humanas.
Y mientras el iluminado presidente del Ejecutivo (por cierto, el títere más caro y más solo del mundo en uno de los países más pobres) desobedece al máximo tribunal constitucional, los brillantes diputados del sacrosanto Congreso feudal, muchos de ellos señalados en innumerables casos de corrupción, abuso sexual y otros, prohíben la entrada al país de la banda de rock sueca Marduk, por considerarla satánica. Sin embargo, una se descuida unos minutos y los santos censores que tanto dicen cuidar la moral guatemalteca ya están tratando de reformar la Ley Electoral a su conveniencia, legislando para excarcelar a dos tercios del Código Penal, para despenalizar el financiamiento electoral ilícito o para criminalizar a la juventud y la protesta social. Si hubiera un diablo, ¿dónde viviría más a gusto?
Guatemala ya alcanzó el nivel de un Estado fallido para la mayoría, pero exitoso para unos pocos. Queremos un país para todos, donde las frases renacentistas como la de Eppur si muove, de Galileo Galilei, cobren sentido y sean entendidas en su significado profundo. Porque justo eso queremos, movernos en la dirección correcta de la nueva Guatemala que anhelamos.
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