ALEPH
¿En dónde nos perdimos?
Hace unos días circuló en las redes: “Si un menor de edad asesina a sangre fría deja de ser niño y debe ser juzgado como hombre (adulto)”. Estas palabras acompañaban la foto de un niño que no pasaba de los 8 años, mirando directamente hacia la cámara, con una pistola en la mano. La combinación de mensaje-imagen me provocó naúseas, no sólo por lo que veía, sino por la aparente intención de quien creó el mensaje.
Inevitable acudir a la memoria, donde esta imagen se mezcló con las imágenes de los jóvenes de Gaviotas, subidos en los techos de la correccional hace pocas semanas. Inevitable mezclarlo todo con otras más recientes, de adultos jóvenes representantes del Movimiento Cívico Nacional (MCN), señalados por hechos de corrupción. E inevitable la pregunta ¿en dónde nos perdimos como sociedad? ¿Desde cuándo, las elites que deciden los destinos del país, quebraron el pacto de humanidad que anhelamos hace tanto? ¿Para cuándo el examen de conciencia de los grandes corruptores de las últimas décadas? ¿Son Gaviotas y el MCN el espejo donde se refleja buena parte de la juventud de nuestro país?
Guatemala es uno de esos lugares del planeta donde millones de niños y niñas no comen; donde desde muy pequeños forman parte de la fuerza productiva de sus familias. Es uno de esos lugares donde el ministro de Educación reconoce públicamente que tenemos un millón 600 mil niños, niñas y adolescentes fuera del sistema educativo, y que “si el problema de cobertura a la población no se atiende, para el 2030 vamos a llegar a más de tres millones 400 mil jóvenes fuera”. Es un lugar donde el desamparo, el hambre, la violencia y el abandono son la herencia de muchos, de generación en generación; donde niños y niñas dejan de serlo al vivir tempranamente múltiples violaciones a sus derechos humanos y, además, tienen roles y responsabilidades de adultos.
Pero Guatemala también es el territorio de quienes, por generaciones, se han servido de la pedagogía criolla practicada en la finca, para enseñar que, si hablamos y vestimos bonito, el sistema nos puede perdonar la exclusión, la opresión, la discriminación, la violencia y hasta la corrupción. Los jóvenes de Gaviotas y los adultos jóvenes de MCN nacieron, crecieron y están entrando a la vida adulta, en dos Guatemalas distintas. Muy distintas. Y quizás allí fue donde nos perdimos: en esta Guatemala que aún no se quita el complejo —el trauma, diría yo— de haber sido capitanía general. Para unos pocos es un país lleno de oportunidades desde que nacen; para otros muchos es un lugar que les cuesta la vida, cada día. ¿Quién de la “gente buena” le daría trabajo a un joven que ha estado en un correccional? ¿Cuántos apoyos recibirá de esta sociedad si quiere ser productivo?
En este contexto de esta podredumbre disfrazada de urbanidad, vuelve a surgir una propuesta para reactivar la pena de muerte en Guatemala. Sumamos otra de las preocupaciones centrales: el papel de iglesias con la juventud. Muchos de Gaviotas tienen tatuado un cristo en sus pechos, y muchos de MCN seguro lo llevan colgado de sus cuellos, pero, ¿qué papel han jugado en formar juventudes pensantes, solidarias, pacíficas, respetuosas del otro? Han jugado más un papel represor que un papel de amor al que están llamadas. Esto puede verse en esta propuesta para reactivar la pena de muerte: en esencia, los “argumentos” son citas bíblicas —cuidado, que si a argumentos bíblicos vamos, del templo fueron sacados los ladrones y fariseos a latigazos—. Por si a esta tierra bañada en sangre no le fuera suficiente lo vivido y nuestro presente, le quieren sumar esta aberración. ¿De cuál de las dos Guatemalas saldrán los condenados?
Queremos ser un solo país, una sola nación. No queremos ser iguales, queremos políticas sociales y oportunidades para todos. De otra manera, me pregunto de quién es la sangre fría: del menor que, guiado por un adulto, dispara un arma, o de quien sostiene este orden tan perverso de hambre y esclavitud, y luego pide que ya adulto, lo maten.
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