SIN FRONTERAS
El tamal que nos une
Aquel 25 de diciembre amanecimos en el apartamento diminuto que rentamos temporalmente en Rome, pintoresco pueblecito clavado entre Georgia y Alabama. Con la familia, por 15 días, habíamos hecho un kilométrico viaje por la costa Este de ese país. Justo en la Nochebuena regresamos a las 12, solo a darnos el abrazo y a dormir. Pero al día siguiente, mujer e hijos, al sol creciente, demandaron alimento para nutrir el estómago, un alimento además apto para llenar el corazón. Era la mañana de Navidad. Les propuse salir a buscar tamales. Ellos, sorprendidos, se rieron, pues no estábamos en Guatemala. ¿Dónde ahí encontrar un tamal? Pero 20 minutos más tarde, de regreso estaba yo con mis tamales calientes, uno para cada uno, listos para comer. La tienda Las Margaritas, sobre la calle principal, los vendía a dos dólares cada uno. La familia, incrédula de haber encontrado el manjar navideño tan lejos de casa. Pero, cómo no encontrarlo, imaginé. El maíz nos acompaña; realmente no conoce las fronteras.
En EE. UU., el tamal se vende envuelto en papel de aluminio. En la parte externa, por alguna razón que no termino de descifrar, la hoja de plátano es sustituida por el metálico plateado. Imagino que tiene que ver con el costo. Así, es común encontrarlos en las tiendas y restaurantes chapines en cualquier lugar. El sabor se preserva, pues se importan ingredientes desde el país. Los hay de maíz, y se encuentran también de arroz, en particular por la fuerte presencia huehueteca en el exterior. Las comidas propias son esenciales para las diásporas, pues refuerzan su sentido de pertenencia e identidad; en el caso del guatemalteco, en las tortillas, los atoles y tamales va incorporado un vínculo sagrado con el maíz.
En el inicio de todo, según el Popol Wuj, los dioses fracasaron en sus intentos por crear al hombre, hasta que encontraron en este grano una fórmula cósmica. Formaron así al Hombre de Maíz. Desde su visión, el hombre es maíz, y el maíz es hombre. Y por tanto, este se convierte en un alimento fundamental, que no es de extrañar que lo acompañe en su peregrinaje por el mundo en recetas variadas, desde el atol y la tortilla, hasta el tamal, en todas sus modalidades regionales.
El tamal viene a ser el alimento ceremonial que nos acompaña en ocasiones especiales. Desde primeras comuniones y fiestas nupciales, hasta la cena tradicional de la noche del sábado, va quedando huella de que en este plato se esconde un verdadero ritual. Uno que, en la festividad cristiana del nacimiento del niño Dios, trae una significación especial; al niño de niños, se le celebra con el alimento de alimentos.
Por ello, durante estas fiestas, si usted llega a tener enfrente este plato tradicional, imagine que alrededor del mundo, no importa cuán lejos se esté, los guatemaltecos encontramos en él un vínculo que nos une y que, aunque sea momentáneamente, nos convierte en uno solo, alrededor del alimento de maíz. Hombres de Maíz, esparcidos por el mundo, respirando o añorando el olor de la masa y las hojas de plátano y sal. Para nosotros, en esa fría mañana en Rome, aquellos tamales nos hicieron sentir más cerca del resto de la familia que aquí nos extrañaba. Y nos hizo recordar que la vida es sagrada, que los momentos unidos no serán eternos, y a valorar el abrazo que ese día no pudimos dar. Comprendimos también que para nosotros, ese día, ese plato significaba casa, y que no importa dónde se esté para estar presente. Hoy mando desde Guatemala un abrazo caluroso a usted, querido lector, donde quiera que se encuentre, donde sea que llame casa. Dondequiera que, envuelto en hoja de plátano o papel de aluminio, descubra usted el aroma de la navidad guatemalteca. Feliz Navidad.