ALEPH
El país donde la esperanza desaparece
En el 2014 fueron 5 mil 793 niñas, niños y adolescentes. En el 2015, la cifra subió a 5 mil 965. A septiembre de este año, ya sumaban 4 mil 515, lo cual indica una cifra mensual de 502, aún más que en años anteriores. Estoy hablando de niñas, niños y adolescentes que han sido reportados como desaparecidos en Guatemala por la unidad operativa del Sistema de Alerta Alba Keneth.
Desde el año 2010 hasta finales del 2014, fueron activadas 19 mil 370 alertas de niñas, niños y adolescentes desaparecidos. En uno de cada cuatro casos, esa niña, niño o joven no ha sido hallado, o ha sido hallado sin vida. Por ejemplo, de las 5 mil 793 desapariciones del 2014, 1 mil 677 seguían sin aparecer un año después: de esas, 1 mil 179 correspondían a niñas y mujeres entre 13 y 17 años, y 498 a hombres más o menos en el mismo rango de edad. Eso quiere decir que la desaparición es un hecho que toca a niños, niñas y adolescentes, pero no por igual: allí sí, las niñas y jóvenes mujeres son más. ¿Por qué?
Hace pocos días una noticia llenó las redes sociales y medios de comunicación: el 28 de septiembre habían desaparecido 30 niñas y adolescentes del Hogar Seguro del Estado, que alberga a más de 700 personas menores de 18 años, de distintos perfiles. Entre septiembre y octubre se reportaron allí 48 desapariciones de niñas y adolescentes en total, y sólo el domingo pasado, se sumaron 4 más. Esto es revelador: en la instancia del gobierno, bajo la rectoría de la Secretaría de Bienestar Social (SBS), que tiene a su cargo “la formulación, coordinación y ejecución de las Políticas Públicas de Protección Integral de la Niñez y la Adolescencia”, las niñas desaparecen dos veces: una cuando la sociedad las olvida y margina, y la otra cuando la instancia encargada de su cuidado, las vuelve a dejar ir.
La tradición guatemalteca de no cuidar a la niñez y adolescencia y de generar las condiciones para que desaparezca la esperanza, no es coyuntural, sino estructural. Si hiciéramos un minucioso examen de los últimos cincuenta años, veríamos de cuántas maneras segamos la esperanza antes de darle oportunidad a crecer y desarrollarse. Desaparecer es una palabra de raíces latinas que quiere decir “quitar de la vista”, algo que hemos venido haciendo hace décadas con la niñez y adolescencia de Guatemala. Basta relacionar niñez y juventud con las cifras de acceso a la salud, a la alimentación, al agua y a la educación. Pero con las niñas la cosa tiene características especiales: ellas son las preferidas para la trata de personas, en cualquiera de sus modalidades, comenzando por la explotación sexual.
¿Qué dice la Procuraduría General de esto? ¿Y el Ministerio Público? Sabemos que en el caso de las últimas niñas, las investigaciones y procedimientos se han acelerado por la presión ciudadana e institucional que se ha venido ejerciendo. Tenemos la certeza de que no es un problema nuevo, y de que es mucho más complejo de lo que se cree. El hecho de que las condiciones en que viven las niñas y niños albergados en el Hogar “Seguro” sean miserables, no es una excepción, sino la regla de un Estado que no sabe cuidar a sus niños y niñas. Y el Estado somos todos. Cuesta entender que los políticos, las Iglesias, la Academia y la “gente buena”, acepte sin chistar (o sin ver) que miles de niñas y niños sean abandonados a su suerte cada día.
Quienes trabajamos en esto, sabemos que las niñas la llevan peor, porque es “normal” y cultural que sus cuerpos sean de todos, menos de ellas. Sabemos que no es fácil cuidar adolescentes. Sabemos que esto tomará años, pero hay que empezar ya porque, como dice Catherine L’Ecuyer: “para poder desear lo conveniente, un niño y una niña han de estar rodeados de belleza”. Y aquí, a muchos lo único que les hemos regalado es el horror.