REGISTRO AKÁSICO
El martillo de las brujas
Los juicios contra las brujas ocuparon el siglo XV al XVI en Europa. El libro más vendido sobre el tema fue el Malleus maleficarum, el martillo de las brujas, publicado en la recién estrenada imprenta en 1487. Sirvió de instructivo para asesinar a pobres mujeres naturistas que vivían en los bosques. Sus autores fueron los dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger. En la tercera parte del manual se ofrece a los jueces recomendaciones para engañar a los encausados para obtener su confesión, bajo ofrecimiento de misericordia.
El primer asunto en una cacería de brujas es difamar a las acusadas. La asamblea aldeana se representa incontables veces en las películas sobre el tema. En la actualidad equivale a saturar las noticias en todos los medios de comunicación masiva: radio, prensa y televisión. El tribunal solo es un accidente, un pretexto para encender la pira o lanzar a la bruja en el río. El juez está atemorizado por el furor de la turba que, con antorchas, en medio de la noche, prende a la acusada. Ya se sabe lo que dictará: la ordalía.
El Código de Ética del Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala prohíbe a los abogados publicitar un asunto pendiente. Más de alguno dirá que allí no están comprendidas las presentaciones de diapositivas o Power Point. En efecto, el artículo 21 indica que no se pueden publicar escritos ni discutirlos, salvo para rectificar aspectos morales o de justicia. Felizmente no existían estos medios hace 500 años; sin embargo, se atribuye a la imprenta haber esparcido el temor a la brujería por la existencia de manuales para controlarla.
Se prevenía en una cacería de brujas evitar que las autoridades sean embrujadas y, por lo tanto, desde el inicio debe difamarse a las brujas para evitar que también embauquen con ayuda del demonio a los funcionarios de justicia. Asustados jueces dictarán prisiones preventivas.
Por influencia norteamericana, los procesos de Salem son los más conocidos en el país. Todavía se discuten las razones por las que piadosos protestantes ahorcaron a gran número de mujeres, bajo la acusación de que practicaban la magia negra, en Massachussets. El reverendo Samuel Parris fue incapaz de controlar el frenesí de Abigaíl y Betty, así como la importancia que se ofreció a los testimonios de Tituba, la esclava antillana, que podía preparar el “pastel de brujas” y los muñecos llenos de alfileres. Obviamente, el fundamentalismo cristiano fue un ingrediente necesario para ese extravío social.
En lugar de acentuar procesos administrativos y sociales, entre los ingenuos creyentes se genera una actitud de intransigencia que acentúa la moral individual por encima de decisiones políticas. Esta actitud es visible en el país cuando se habla de diputados, alcaldes y jueces probos, en lugar de establecer la no reelección. Se sugiere que a los pícaros en la judicatura sí se les garantiza el puesto de por vida, instalarán la independencia judicial. Imagínese a los recientemente depurados si fueran vitalicios con esos sueldos de escándalo, impartiendo justicia, administrando los asuntos locales o dictando leyes.
Cuando en el puerto de Salem, Giles Corey indicó que si se levantaban las inmunidades también debía juzgarse al reverendo Parris, pues en su casa habían ocurrido los primeros hechos demoníacos, bastó para que se ordenara fuera destripado para obtener su confesión. Aun así, no lo hizo. Parris demandaba que no hubiera ninguna inmunidad o antejuicio, salvo para él. Si alguien propone que no haya antejuicios, que comience dando el ejemplo renunciando al que posee. ¿O no?
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