CATALEJO

El idioma, la fuente del pensamiento humano

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Con la idea de buscar un descanso en el barullo político en el  cual se agita el país, deseo hablar de un tema por el cual siento una particular atracción: el de hacer algunas consideraciones al respecto del idioma español, en este momento víctima de una agresión interna de los hispanoparlantes, a causa del desconocimiento de su gran valor, pero también, vergonzantemente, del criterio de considerar a una palabra en español como menos elegante a su  traducción en el inglés, lo  cual constituye un sometimiento intelectual e idiomático lamentable.  El 23 de abril se celebra el día del idioma, en conmemoración a esa fecha del año 1516, cuando fallecieron, cada quien en su ciudad, don Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilazo de la Vega.

Es digno celebrar el Día del Idioma español, cuya diversidad nos une a todos. Causa alegría y orgullo, porque todos lo integramos, vivimos, desarrollamos, cambiamos, pero también lo gozamos, al poder utilizarlo como vía de comunicación, fuente de pensamiento y de ideas. No se puede pensar sin el lenguaje. Por eso mientras más amplio, variado y complejo es el idioma, mejor será el producto de la capacidad humana de crear, expresar y comunicar. Gracias al español, hablamos, filosofamos, reímos, sonreímos, lloramos, sollozamos, alabamos, y expresamos amor, dolor, entusiasmo, tristeza, enojo, ira, emoción, esperanza, fe, y también beneficio o daño. No se puede admitir la vida humana sin agregarle el habla, y para ello el idioma es fundamental.

Quienes hablamos español hoy en día, tenemos antepasados comunes cuyo origen se remonta a la interminable estepa castellana, donde cabalgaron El Cid y sus caballeros, pero quienes vivimos en el continente americano agregamos al primer maya, al primer azteca, al primer inca, al primer chibcha, al primer caribe, al primer araucano. La contribución de estas culturas demuestra la incesante y valiosísima contribución de sus integrantes, por más de cinco siglos, a forjar el español actual, cuya unidad y riqueza están basadas en la diversidad. Y en ese idioma estamos sumergidos todos los aquí presentes y el resto de los más de 400 millones de hispanoparlantes de un mundo globalizado donde la adaptación de nuestra lengua ha sido sorprendente.

Los intérpretes de esa música llamada idioma, en el caso del español con toda justicia, equivalen a quienes improvisan en los instrumentos musicales. Por eso la expresión oral es la fragua del lenguaje. Es allí donde, sin ningún orden ni permiso de nadie, los parlantes crean o matan palabras, les cambian o aumentan significados, adoptan voces de lenguas vernáculas. Y le dan entonces la argamasa para uso de poetas, escritores, analistas, y periodistas, cuya tarea desde hace una decena de décadas es en cierta forma la de los juglares medievales. La alegría de hablar una lengua es la forma especial como nos expresamos los miembros de una comunidad. Los guatemaltecos hemos aportado cientos de palabras al español y cuando empezamos a utilizarlas no nos preocupó si iban a ser consideradas una especie de ciudadanas de segunda clase. Las utilizamos, y punto.

Lo mismo hace cualquier comunidad y lo ha hecho siempre. Ahora puedo señalar a la comunidad de los jóvenes de menos de 20 años, nacidos ya en la era del correo electrónico, los mensajitos y demás adminículos tan difíciles de comprender y de utilizar para quienes ya peinamos canas desde hace mucho tiempo. Existe la comunidad de quienes se encuentran fuera de la ley. Hablan español, pero es nuevo, incomprensible. En algunos años sus giros, expresiones y neologismos sin duda estarán agregados a ese español oficial. No estaré para verlo, pero ocurrirá, porque todo idioma, al constituir un ser vivo engendrado por seres humanos, no podrá mantenerse inmóvil. Se desarrollará y avanzará, como lo ha hecho desde su nacimiento.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.