CATALEJO
El Che, antes de ilustrar camisetas
Dedico este artículo al 97 y un poco más porcentaje de los guatemaltecos de hoy, quienes tienen menos de 65 años, por lo cual saben muy poco del guerrillero argentino-cubano Ernesto Guevara, conocido en el mundo por su mote Che. Se trata de uno de los líderes de la revolución cubana contra el dictador Fulgencio Batista, expulsado del poder por un grupo de gente veinteañera el 1º de enero de 1959. Por vivir en un país donde casi la mitad, si no un poco más, tienen 18 años o menos, es necesario explicar a ese grupo mayoritario de la población por qué es conveniente analizar la figura real de este personaje latinoamericano derivado de la Guerra Fría, concepto creado al terminar la Segunda Guerra Mundial y mantenido hasta 1989, con el derrumbe de la Unión Soviética.
Lo más útil en este momento es conocer al hombre. Residió pocos meses en Guatemala, donde en los cincuentas existía la costumbre de llamar Che a todos los argentinos, a partir de la llegada a la presidencia del Che Arévalo, quien estudió su doctorado en Argentina. Recuerdo, por ejemplo, a un futbolista a quien se le conoció aquí como el Che Cevasco. Ernesto Guevara descubrió la validez de identificar su nombre con el equivalente al “vos” de Guatemala. Después se fue a México, donde conoció a Fidel Castro. A mi juicio, pronto comenzó una rivalidad entre ambos, porque a la personalidad revolucionaria, pese a todo, le faltaba la de Guevara y la de otro líder, Camilo Cienfuegos.
Un accidente aéreo puso fin a la vida de Cienfuegos. Guevara aplicaba a cabalidad el criterio del marxismo de asesinar, con el suave término de “ajusticiar” a los enemigos. Reducida la primera etapa de violencia contra los contrarios, pero no desaparecida porque se mantiene hasta el momento, comenzó a actuar en el campo de la economía, con rotundo fracaso: presidente del Banco Nacional, del Instituto de Reforma Agraria y ministro de Industria. Habían pasado solo cuatro años desde el triunfo de la revolución y ya quedó clara su decisión de salir de Cuba, al ir al Congo a organizar, con fracaso, una revolución, y luego ir a Bolivia a hacer lo mismo. La gran pregunta se refiere a cuál fue la causa de haberse embarcado en esta aventura mortal.
A mi juicio, se trató de una decisión para pasar a la Historia. Lo logró porque se convirtió en leyenda. Como él hizo tantas veces, fue asesinado y nació el mito apoyado por Fidel Castro, quien no solo se quedó sin rivales, sino creó un mito porque lo ayudaba a afianzar la leyenda del guerrillero dispuesto a sacrificarse por el pueblo pobre. Cuando pase medio siglo de la muerte de Castro, muy pocos lo recordarán. Raúl Castro, el hermano, apenas ocupará un par de líneas en algún libro de historia latinoamericana. Si es merecido o no, es otro tema. Pero si Ernesto Guevara viera la transformación de su memoria y de su figura, posiblemente enfurecería.
Hace unos 15 años estuve en Cuba, donde dos experiencias me fueron aleccionadoras. Una, la comparación de una vendedora de artesanías de Fidel como su abuelo, a quien le escuchaba una y otra vez contar las mismas historias. Y la otra, ver dos vallas publicitarias juntas, una con el anuncio de una línea aérea, la otra con la cara del Che y la arenga “hasta la victoria, siempre”. La cara del comandante repetida hasta la saciedad en camisetas de todos colores, en platos, pocillos y demás, así como los discos compactos vendidos en las calles con una melodía alegórica —hace pocos días recibida por medio de Whatsapp— me hicieron comprender cómo el consumismo lo devoró.