LA BUENA NOTICIA
Educar la Misericordia
Nuevamente la toponimia del antiguo Israel bíblico sirve este domingo para saborear mejor el mensaje de la Buena Noticia: Jesús, presencia terrena de la misericordia del Padre, resucita a un joven difunto, hijo único de una viuda, en el pueblecito llamado Naím, que se traduce como “delicias, bienestar, paz”. Así, el paso misericordioso de Dios rescata de la oscuridad y de la angustia de la muerte a aquella mujer a la que es dicho “No llores”, y transforma el ambiente de luto de una ínfima población en el estupendo escenario de la divina consolación. Pero el detalle fundamental del relato consiste en “el motivo de la acción de Cristo” descrita con maestría por San Lucas: “Viéndola, se conmovió… se acerca, toca el féretro” y devuelve la vida al joven. Cristo actúa no importándole aquella impureza ritual de “tocar a un muerto”. Tampoco para demostrar su innato poder divino, sino realizando en concreto la Misericordia de Dios, bíblicamente muy cercano a los más pequeños, a los pobres, huérfanos y viudas. Su conmoción ante el drama de aquella gente sencilla se describe con famoso verbo lucano: “esplagníste” (=conmoción visceral, íntima, fuertemente personal). El dato es importante, pues el vocablo se usa otras dos veces: 1) Para describir lo que sintió el buen samaritano ante el hombre herido en el camino (Lc 10, 33), 2) Para indicar la compasión del padre ante la desgracia del hijo pródigo (Lc 15, 20). Lo opuesto a la misericordia, a los “sentimientos de Cristo Jesús”, como dice San Pablo (Filipenses 2, 5), es aquella “indiferencia-insensibilidad” que abunda mucho más de lo que se piensa, al ser incapaces como dice el papa Francisco de “ponernos en los zapatos del otro”. (Discurso a los Jóvenes en Paraguay, julio 2015). Es aquella dureza de corazón de la que decía M. Cervantes (1547-1616): “Como el vino se calienta con los años, así el corazón se enfría con el paso del tiempo”; es, en fin, el peor defecto que se puede dar en quienes dicen “creer” pero no se detienen ante todo drama humano, lo que justifica la crítica de E. Burke (1729-1797): “Nada es tan fatal a la religión como la indiferencia”. Pero “a tener misericordia” se educa, se forma, especialmente en las iglesias. Cierto, la tarea es ardua, pues la insensibilidad crece “culturalmente” cuando, por ejemplo, en los noticieros se presentan tantísimos dramas cotidianos en la fatal “ensalada de datos” a los que somete la propaganda comercial: un crimen y un anuncio de comida rápida/ un accidente fatal y el estreno de una película banal/ una catástrofe y la propaganda de un aparato de ejercicios para tener la “figura ideal”, etc. Crece la incapacidad de esa “resonancia” de las escenas de un mundo “que parece hospital de guerra” (papa Francisco) y se logra “acostumbrar” al llanto humano, a las escenas desgarradoras hoy como nunca antes al alcance inmediato de todos por las redes sociales. Luchen pues, familia, sociedad, educadores no solo contra el síndrome TDAH, de poca atención e hiperactividad para “encontrar a las personas” (papa Francisco, Catequesis miércoles 31 de mayo), sino contra la “insensibilidad”.
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