FAMILIAS EN PAZ
Educación transformadora
La educación integral busca la transformación del individuo, creando un círculo virtuoso que beneficia a la sociedad. El primer escenario es el hogar, inicia en casa, con la obligación, la autoridad y la responsabilidad paterna de formar, educar, instruir y disciplinar a los hijos. Un contexto familiar lleno de amor, comprensión y unidad permite desarrollar en los niños un sentido de identidad, seguridad y protección que repercutirá en su vida adulta.
La institución del matrimonio entre un hombre y una mujer implica una delegación de autoridad por parte de Dios para gobernar a sus hijos. Es durante la infancia que ponemos el fundamento, estableciendo el derecho a educar, enseñando al niño a honrar y respetar a sus padres. Un niño que no haya aprendido a obedecer no será capaz de recibir la instrucción, la cual debe girar en torno a principios y valores, transmitidos de forma vivencial. Los padres que verdaderamente amen a sus hijos se asegurarán de que les honren, para que les vaya bien en la vida.
Ser padre implica también administrar la justicia y disciplinar la desobediencia. No deben ser tolerables las faltas de respeto en casa. Sin embargo, en la actualidad observamos una actitud generalizada de desconfianza y falta de respeto hacia la autoridad, cuyas causas se encuentran en la distorsionada comprensión de las figuras de autoridad establecidas por Dios para el bien de la humanidad, sumado al hecho de que hay padres autoritarios que provocan daños irreversibles en la vida de sus hijos.
Ejercer la paternidad responsable que busca educar de forma integral demanda compromiso, determinación y sabiduría. El punto de partida siempre ha sido y será el conocimiento y la aplicación de principios y valores divinos que buscamos enseñar. La Palabra de Dios contiene principios superiores a cualquier sistema humano de pensamiento, transforma nuestra mente, nos perfecciona, nos hace madurar, nos equipa para cumplir esta labor. En ella, el ser humano es presentado como un ser creado, espiritual y trascendente, puesto en la cima de la creación pero subordinado a su Creador. Esta visión teocéntrica refrena en el hombre su excesiva autosuficiencia, que lo conduce a la autodestrucción.
Un segundo escenario en la educación integral es la escuela. En la antigüedad la docencia integraba no solamente el conocimiento científico, también la instrucción en la ley de Dios. Los maestros debían caracterizarse no solo por la ciencia, sino por un compromiso espiritual hacia los mismos principios previamente enseñados en casa. Renombradas universidades como Harvard o Princeton fueron fundadas por cristianos que buscaban educar bajo principios bíblicos.
Era una época donde familia, escuela e iglesia trabajaban como un solo equipo docente en busca de un solo objetivo: la formación integral del individuo. Hoy existe un relativismo moral alarmante, incluso llegando a considerar que algunos valores bíblicos deben ser reevaluados. Al quitar las verdades absolutas de las Escrituras, lo correcto o lo incorrecto, lo bueno o lo mano es solo una cuestión de opinión personal.
Eduquemos en principios y valores eternos como el amor, el respeto, la misericordia antes que en el utilitarismo, que determina la conducta por el carácter práctico o útil de las cosas: lo que me conviene y trae beneficio es considerado como bueno, aun cuando dañe o denigre a los demás.
El hogar brinda el fundamento; la escuela, el conocimiento científico; la iglesia, la formación moral y espiritual. El resultado será hombres y mujeres capacitados, no solamente en conocimiento científico, sino misericordiosos con el necesitado.
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