EDITORIAL
Vuelta ciclística exhibió bochorno carretero
Tantos incidentes y riesgos detectados pudieron ser una prueba de campo para detectar y reparar baches, al menos para evitar deterioros peores.
Cada ciclista, guatemalteco o extranjero, que finalizó las 10 etapas de la Vuelta a Guatemala, merece un reconocimiento adicional por competencia todoterreno y con obstáculos, incluso si no ganó metas volantes o definitivas. Este tradicional periplo ciclístico por el país, tan ansiado y tan lleno de estampas de júbilo en cada localidad de donde parte, por donde transita o en el lugar que finaliza, tuvo un lado especialmente sombrío a causa del evidente mal estado de las carreteras. Cada percance, cada caída, cada impacto muscular ocasionado por baches, túmulos y tramos sin pavimento son una auténtica vergüenza.
Se entiende que es una tradición de más de seis décadas, que año con año llena de vivacidad los tramos designados, así también es claro que se trata de un evento sujeto de intereses pecuniarios, es decir, ingresos económicos por transmisiones, publicidad y patrocinios; en otras palabras, la Vuelta Ciclística a Guatemala es todo un suceso que tiene como centro el espíritu deportivo, pero que se enriquece con múltiples connotaciones comerciales, artísticas, culturales y turísticas.
Sin embargo, el contexto principal de este espectáculo —cuyos protagonistas son los ciclistas de diversas nacionalidades, incluyendo a los locales— es la carretera por donde transitan. Y el ciclismo de alto rendimiento precisa de terrenos idóneos para un óptimo desempeño de los atletas. Sí puede haber algunos imprevistos, pero en el caso de la reciente edición, fueron demasiados. La competencia pasó de ser una carrera de ciclismo de ruta a una especie de combinación a campo traviesa y hasta de montaña, debido a los súbitos cambios y a la falta de verdaderas vías alternas. Un ejemplo claro fue el cierre del puente Nahualate, por reparación. Esto obligó a tomar una ruta por Chicacao y San Miguel Panán, que simplemente no era idónea.
Algo similar ocurrió en el trayecto de la tercera etapa, entre Ciudad Vieja y San Pedro Yepocapa, donde medió un tramo de terracería, el cual no era apto para el tipo de ruedas ni de experiencia de los competidores, uno de los cuales cayó y sufrió lesiones. Pero sin duda alguna la mejor muestra de imprevisión fue en la llegada de la cuarta etapa a Coatepeque, Quetzaltenango: la meta final se instaló precisamente en donde había un túmulo plástico que ocasionó la caída de al menos ocho competidores al cruzar la línea; todo un absurdo logístico y una total descortesía de las autoridades ediles, que bien pudieron remover tal obstáculo temporalmente. Son errores que merecen analizarse, para que no se repitan.
Jueces, integrantes de la Federación de Ciclismo y algunos miembros de equipos se dieron a la tarea de señalizar baches, que en algunos casos eran auténticos cráteres, largamente desatendidos. Las comunas señalan al Ministerio de Comunicaciones y este se escuda en excusas de todo tipo. Ciertamente, muchos de los problemas de las carreteras de la Vuelta provienen de corruptas administraciones pretéritas, de mediocridades en la ejecución de proyectos y abandonos atávicos de tramos por ambigüedades sobre su jurisdicción, pero la pena la pagan los deportistas, algunos de los cuales sufrieron lesiones físicas de consideración. Continuaron en la competencia, pero no con el mismo rendimiento. Antes de la Vuelta a Guatemala, debió hacerse un recorrido concienzudo para alertar a las autoridades sobre las áreas necesitadas de reparación o al menos de señalización preventiva. Obviamente, no se hizo. Tantos incidentes y riesgos detectados pudieron ser una prueba de campo para detectar y reparar baches, al menos para evitar deterioros peores. Pero tampoco es así, bajo otro pelotón de pretextos que son un auténtico bochorno.