EDITORIAL

Venezuela puede salir del abismo del chavismo

Un país petrolero como Venezuela no debería tener a la mitad de su población en extrema pobreza.

Nada describe mejor  el despotismo del dictador venezolano Nicolás Maduro  que su propia frase pronunciada días antes de cerrar la campaña electoral en la que busca la reelección. Dijo que habría “un baño de sangre” si la oposición ganaba las elecciones. Se le salió. Pura desesperación y miedo al ver que no funcionaron todas las tretas pseudolegales y todas las prohibiciones de participación a candidatos prominentes. Por supuesto, no le faltan corifeos serviles, instalados en jugosos puestos desde los cuales se prestan a reprimir a la ciudadanía como   han hecho desde 2012, cuando murió Hugo Chávez, inventor del chavismo y  del abismo en que sumió a su país.

  Al día siguiente de haber proferido esa amenaza criminal, propia de sátrapas de varias latitudes, no se retractó, sino sugirió tomarla a broma y dijo que a quien le asustara que “se tomara un té de manzanilla”. Pero la infusión de realidad se la está llevando el propio Maduro,   frente a una oposición política unida alrededor de Edmundo González, un candidato inesperado al que no pudo atisbar desde    su obtusa egolatría y que le saca hasta 20% en intención de voto, según  encuestas independientes, a las puertas de los comicios presidenciales de este domingo 28 de julio.

No extraña  ese repudio silencioso al continuador de una debacle iniciada por el fallecido Hugo Chávez, cuyo populismo embaucó a los venezolanos y los metió en una espiral de estatizaciones, expropiaciones, intolerancia a la crítica y criminalización de la libre expresión. El alumno salió mucho peor que el maestro y para mayor evidencia están las cifras.  De aquel país otrora rico, próspero y boyante salieron ya más de 7 millones de migrantes en busca de empleo y comida; la economía se contrajo 70% y la inflación ha llegado a ser de 70 mil%, algo de lo cual culpan a todos, menos a sí mismos.

Un país petrolero como Venezuela no debería tener a la mitad de su población en extrema pobreza, con altas tasas de desnutrición infantil, desempleo, delincuencia, La relativa estabilización económica se debe a la dolarización de la economía, a las remesas enviadas por migrantes y a ciertos permisos para la producción privada; es decir, haciendo lo que hace dos décadas el chavismo decía aborrecer. No obstante, el aparato productivo está derruido y la calidad de vida es complicada, excepto para los allegados del régimen, que, por supuesto, hicieron campaña y difunden videos virales negando una crisis flagrante.

Desde años atrás, el abismo del chavismo empezó a carcomer la institucionalidad venezolana, al designar a peones en la fiscalía para perseguir a críticos, opositores y líderes que consideraran como una amenaza. Se calcula que hay unos 15 mil presos políticos, muchos condenados en procesos viciados por jueces pervertidos por la ceguera extremista. Utilizaron leyes antojadizas, casuísticas y acusaciones falsas para encarcelar a  quienes cuestionaban su incoherencia, su absurda isla de riqueza en un mar de miseria. La presidenciable Corina Machado fue excluida de la papeleta por un proceso espurio, pero ahora ella está, junto a todos los sectores de oposición, enfocada en rescatar a su país.

En la elección de 2019, la oposición recuperó la mayoría del Congreso. El dictador lo atribuyó a un fraude, pese a que él  fue reelecto. Pero cometió el mismo error de todos los autócratas: menospreció el poder de la ciudadanía, se envileció con la música de las adulaciones de la rosca de allegados. Por primera vez en 20 años, Venezuela está ante unas urnas que pueden convertirse en boyas para comenzar a sacar a tan digno pueblo del abismo del chavismo.

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