Editorial

Una lectura de país cargada de realidades

El comisionado Türk se reunió con diversos sectores para escuchar.

 Entre las observaciones contenidas en la visita del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, resalta una de fondo, que quizá en el día a día ciudadano se lee de manera apresurada, pero que evidencia la anomia en que se mueve el Estado de Guatemala: los tres poderes de Estado van cada uno por la libre, por su lado, con sus propias brújulas y sin trazar una agenda mínima. Si bien la independencia de los organismos es fundamental como parte del sistema de pesos y contrapesos, tampoco significa un aislamiento estéril ni una ausencia de diálogos para encontrar las prioridades del bien común.

Tal incomunicación es un resabio de la polarización inducida por sucesivos gobiernos y politiqueros, sobre todo desde hace una década. En cada estadio de estas reyertas revividas reaparecen los esqueletos de la polarización bajo argumentos que reciclan odios y guerras, o que invocan nacionalismos farisaicos en parte para dividir a la ciudadanía y en parte para obtener réditos económicos, acicalar cabildeos extremistas y mantener la confusión que lastra el desarrollo económico, institucional, jurídico, educativo y hasta de infraestructura.

El comisionado Türk se reunió con diversos sectores para escuchar, integrar un panorama, plantear alternativas y hacer un llamado a la unidad de país.  Cada quien podía exponerle libremente lo que quería, lo que conocía o lo que rechazaba: total, él es una especie de ómbudsman global a quien nada le espanta, porque en sus dos años de gestión ha visto de todo alrededor del mundo. Por eso quienes a última hora cancelaron su cita con él simplemente se equivocaron. Sin duda, pesó más el miedo o, peor aún, la aversión a tener que oír lo que ya saben, pero no quieren reconocer.

Türk reconoció el papel de la ciudadanía en la segunda mitad del 2023 para reclamar, proteger y mantener la continuidad democrática, exigir el respeto a los resultados electorales y deplorar los intentos fracasados por descarrilar la voluntad popular.  Eso también es un motivo más para esconderse, incluso si se esgrimen motivaciones de rechazo a la “injerencia”. Tales argucias ya no tienen mucha batería, porque otro lado trasciende la búsqueda de validaciones en el Capitolio. Y no llegarán, porque desde el gobierno de Trump ya había un consenso acerca de la necesidad de combatir la corrupción e impunidad para posibilitar el desarrollo que frene la migración. 

Pero aún si el comisionado Türk no hubiese venido, están a la vista los daños de la polarización, la falta de justicia, el impacto de los negocios turbios y la descoordinación de poderes del Estado: en el Hospital Roosevelt no hay diagnóstico por imágenes por falta de recursos para el mantenimiento del equipo, la desnutrición se mantiene como causa de muerte y rezago en crecimiento cognitivo de la niñez, la educación pública es detentada por un sindicato al que le importan más unos juegos deportivos para perder tiempo que una auténtica renovación curricular, tecnológica y de infraestructura.

La seguridad agrícola nacional continúa amarrada a las variables climáticas y sin visos de modernización; la productividad —es decir, la lucha cotidiana de millones de guatemaltecos— se ve socavada por infraestructura mediocre, onerosa y sin siquiera la pronta esperanza de que un proceso judicial del Ministerio Público finalice con una condena ejemplar que siente precedente. Al contrario, exministros de Comunicaciones salen riéndose de los tribunales. Türk no mencionó esos y otros atentados contra los derechos de los ciudadanos, pero están allí, en cualquier dirección que se mire.

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