EDITORIAL

Un sí decidido a la democracia

A pesar de los defectos y contradicciones del proceso democrático guatemalteco, frisa ya las cuatro décadas con una sucesión y alternancia de poderes ininterrumpida.

Hoy hace 40 años, un millón y medio de guatemaltecos acudían a la primera cita decente, en décadas, con las urnas electorales para definir la asamblea nacional constituyente que redactó y aprobó la Carta Magna vigente. Así empezó la construcción del actual marco de garantías ciudadanas que ciertos personajes actuales, incluyendo a ciertos magistrados, intentan atropellar o manejan de manera discrecional. Y, sin embargo, el estado de Derecho se mantiene, resiste a los embates de la intolerancia, la polarización y el despotismo, a veces disfrazado de güizache retrógrado que parece sacado de una página de El señor presidente, de Asturias.

Sí, el 1 de julio de 1984, con grandes esperanzas, alto civismo e incluso expresiones de júbilo, fueron electos 88 diputados que redactaron la Constitución vigente. Fue un hito. Las vacuas politiquerías de hoy quizá no permiten dimensionar, sobre todo a las jóvenes generaciones, la seriedad y la trascendencia de aquel suceso. Pero sus efectos perduran. Fue un día largamente anhelado, después de haber vivido dos dictaduras en el siglo XX y regímenes represivos, incluyendo a un golpista que se autonombró presidente. La ciudadanía guatemalteca tenía claro que no quería más autocracias ni despotismos.

En aquel momento todavía existían verdaderos partidos, con ideologías definidas y cuadros organizados, no entelequias electoreras como las que hoy abundan, algunas de las cuales incluso recurren a la procacidad, los fariseísmos o los discursos caudillistas de supuestos outsiders que en el fondo solo tienen precarios egos e instintos dictatoriales decimonónicos; en otras palabras, auténticos retrógradas. Pero ese ha sido siempre el reto del ciudadano democrático: escuchar, juzgar, cuestionar, identificar y decidir.

El llamado Barómetro de las Américas sitúa a Guatemala dentro de los tres países más “desencantados” con la democracia a nivel continental, con 48% de apoyo y solo 38% de “satisfacción”. Tal dato debe tomarse con cautela. A pesar de los defectos y contradicciones del proceso democrático guatemalteco, frisa ya las cuatro décadas con una sucesión y alternancia de poderes ininterrumpida. A excepción del burdo Serranazo de 1993 y del infructuoso asedio del Ministerio Público en contra de la voluntad popular expresada en las elecciones del 2023, la democracia como forma de vida institucional tiene muchos más avales de los aparentes. Quizá son silenciosos y, por ende, no medidos, pero están allí, sobre todo en la ciudadanía joven.

Hay problemas, sí, como la proliferación de partidos con acrónimos rimbombantes, pero sin democracia interna, la penetración de narcodinero en campañas, la compra de casillas en papeletas legislativas por parte de auténticos ineptos, la infiltración de operadores mañosos en elecciones de cortes y, por supuesto, la corrupción de funcionarios a todo nivel —desde presidentes hasta contratistas devenidos en diputados— que tienen hoy la infraestructura vial, educativa, hospitalaria e incluso alimentaria en pedazos. Son retos formidables.

Pero no es la democracia el problema, porque tales lastres existen y son aún peores en dictaduras como las de Nicaragua o Venezuela. Se les oculta, porque además hay censura, prisión y exilio contra quien reclame. Sí, nuestra democracia necesita mejoras, pero no ocurren solas. Sí, hay que trabajar, producir y ser competitivos, pero ello no excluye a nadie de ser ojo atento, mente crítica y voz fuerte frente a los abusos, extralimitaciones, omisiones e incluso delitos de funcionarios. Hoy hace 40 años Guatemala dijo sí a la democracia. Refrendémoslo.

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