EDITORIAL
Un premio que confirma lastres históricos
Los despotismos, los abusos y las discrecionalidades acicatean las desigualdades.
Ya se intuía, hace mucho. Las evidencias están allí, en cifras históricas apiladas. Por supuesto que los politiqueros, los déspotas, los corruptos, los caciques intolerantes y sus corros de aduladores o de lacayos no quieren verlo. Y tienen a su disposición una serie de viejas mañas para acallar las disidencias y evadir las responsabilidades. El Premio Nobel de Economía 2024 otorgado a tres brillantes economistas, dos británicos y un turco, dos de ellos investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, demuestra de manera sistemática cómo la solidez institucional, el estado de Derecho y la fortaleza democrática inciden directamente en las posibilidades de generar más riqueza y reducir las disparidades sociales. Por el contrario, los despotismos, los abusos y las discrecionalidades acicatean las desigualdades.
Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, autores del libro superventas Por qué fracasan los países, han sido reconocidos por sus investigaciones acerca de “cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad”. Se demuestra así que la economía no es un movimiento ciego o sujeta solo a los resortes de oferta y demanda, sino una dinámica que a menudo se ve distorsionada por ausencias del Estado, transgresiones impunes, la politiquería barata —que a la larga sale cara— o los repetidos intentos de mediatización de las instituciones públicas por parte de ciertos grupos sectarios e incluso criminales, que buscan su peculiar beneficio en detrimento del bien común.
Es elocuente la observación de datos de rendimiento económico, productividad, competencia y renta per cápita contrastados con índices de libertad económica, historia democrática y acceso a las decisiones públicas. El estancamiento en el desarrollo de países como Guatemala y vecinos centroamericanos exhibe los lastres de un Estado debilitado por las infiltraciones y manipulaciones.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de los tres ganadores del Nobel es el caso de las dos Nogales. Una misma ciudad fronteriza, partida en dos. Hay un Nogales, del lado de Estados Unidos, con una renta personal, nivel educativo e índices de participación ciudadana muy por encima de su gemela del lado mexicano, en donde prevalecen la pobreza, el delito y subdesarrollo. Y no se trata de sacar panfletos ideológicos ni de excusas nacionalistoides, que son parte de los recursos de camarillas de demagogos expertos en excusas, magros en resultados y proclives a acallar las disidencias o etiquetarlas para que sean atacadas por hordas de netcenteros, grupos de choque y convenencieros a sueldo.
En Guatemala se produce mucha riqueza a través de múltiples industrias productivas; este potencial se ve fortalecido por el ingreso de miles de millones de dólares en remesas migrantes, producto de guatemaltecos que buscaron en suelo estadounidense las oportunidades que aquí se les negaron. Cada año se destinan millardos de quetzales al funcionamiento del aparato público, ¿y qué tenemos? Carreteras destrozadas, tramos inconclusos, conectividad incompleta, amplias regiones dominadas por la desnutrición infantil, hospitales saqueados por los allegados de turno y un aparato de justicia selectivo que no logra castigar ni siquiera a los detenidos in fraganti, ya que prefieren perseguir con lujo de recursos a los críticos incómodos y no a los ladrones.
Es vergonzoso el poder de los adláteres y los serviles, pero aún más abyecto el de aquellos que juran ante la patria que van a cumplir y hacer cumplir las leyes, pero a escondidas se van a cenas con patrocinadores y a rendir pleitesía a los rentistas de favores, mientras la ciudadanía sigue esperando a que actúen de manera ética, inteligente y coherente con la institucionalidad constitucional.