Trump augura una era dorada en cuatro años
Hasta un futuro dorado de progreso necesita de trabajadores migrantes, por lo que urgirá trazar ágiles políticas laborales y no solo un cierre armado.
Donald Trump ganó la presidencia de EE. UU. hace seis meses y siete días. O, por lo menos, tuvo la baza fundamental del triunfo mucho antes de las elecciones del 5 de noviembre. Él mismo lo subrayó en su discurso de toma de posesión de segundo mandato, ayer, al mencionar el fallido atentado en su contra, perpetrado el 6 de julio del 2024 en “un hermoso campo de Pensilvania”. Seguidamente, vino la explicación de destino manifiesto: “Dios me salvó para hacer a EE. UU. grande de nuevo”.
No hubo sorpresas en su alocución inaugural; es decir, no dijo nada adicional a previos discursos, pero esta vez era su primer día de su segundo período en la Casa Blanca. Con tono grandilocuente, frases alusivas a una nueva época de oro estadounidense, 22 menciones del nombre Estados Unidos, 11 de “nuestro país” y 22 veces la palabra “gracias”, el magnate se convirtió ayer en el 47 presidente de EE. UU. y el segundo que logra volver al poder tras una derrota de por medio.
El discurso nacionalista con la manida satanización de los migrantes indocumentados se vio reiterado por Trump en la rotonda del Capitolio, donde se efectuó la ceremonia por primera vez en más de 40 años a causa del clima extremadamente frío. Opositores aprovecharon tal cambio para mofarse; sin embargo, a la larga la naturaleza le hizo un favor al nuevo mandatario, pues por todo el mundo circularon las imágenes del concurrido foro que de fondo tenía valiosas y elocuentes pinturas de escenas de la vida de George Washington y otros padres fundadores. Trump hizo varias apelaciones nostálgicas a la grandeza estadounidense, a partir de las cuales se enfocó en reforzar la promesa de un nuevo esplendor, que incluye la meta de conquistar el planeta Marte.
En la alocución no podía faltar el fortalecimiento del poderío militar y geopolítico estadounidense a través de varias estrategias, que incluyen la polémica intención de recuperar el canal de Panamá o cambiarle de nombre al golfo de México, así también se refirió al elevado costo de vida como uno de los grandes males heredados a causa del enfoque demócrata en ayudar a otros países o participar en guerras de ultramar. Así son los discursos de toma de posesión: prosa para animar a los votantes y desechar con mohín a los predecesores.
El nuevo ejecutivo estadounidense cuenta con mayoría republicana en ambas cámaras por los próximos dos años, lo cual es una buena noticia, porque Trump prácticamente no tendrá obstáculo —tampoco excusa— para impulsar iniciativas de orden comercial, bélico, ambiental, energético, industrial e incluso en el ámbito de la justicia y la burocracia de carrera. Dentro de estas políticas figura la previsible miríada de casos de deportación de personas o grupos a los cuales se considere transgresores de la ley, lo cual abarca a más de 11 millones de indocumentados.
Son tempranas y aventuradas todas las lecturas sobre cómo enfocará la nueva administración el trato con Guatemala, instituciones y actores políticos. Varios personajes, incluyendo sancionados por el anterior gobierno, anhelan una restitución de visas y validaciones. No obstante, se debe tomar en cuenta que la lista negra Engel se aprobó en el primer período de Trump, cuando ya había un consenso bipartidista sobre la necesidad de combatir la corrupción para potenciar el desarrollo y frenar la migración. Declarar emergencia fronteriza para enviar al ejército sería uno de los primeros decretos, pero hasta un futuro dorado de progreso necesita de trabajadores migrantes, por lo que urgirá trazar ágiles políticas laborales y no solo un cierre armado.