Editorial

Todos los tiranos caen y con estrépito

Históricamente y sin falla, todos los tiranos caen por el propio peso de sus negligencias.

El mentiroso Nicolás Maduro, que se dice presidente reelecto de Venezuela, no pasa de ser aquel mismo arribista que a fuerza de zalamerías se acercó a otro caudillo extraviado, Hugo Chávez, muerto en 2013. Su régimen hundió a su país, otrora una potencia económica de Latinoamérica. Destruyó el aparato productivo, confiscó bienes, censuró toda oposición y no pudo hacer más porque el tiempo se le terminó. Le sucedió Maduro, un prepotente de primera cuya verborragia aturde pero no engaña. Como todo tirano, solo sabe recurrir al terror, a la represión, a la compra de voluntades y, por supuesto, al robo de elecciones.

Sigue repitiendo Maduro que fue reelecto presidente, pero puede seguir haciéndolo que tal enunciado no se convertirá en verdad. Supuestamente ganó con el 51.8 por ciento de los votos en los comicios del 27 de julio, según anunció con evidente prisa la autoridad electoral aquella misma noche. Era tanto el miedo que aceleraron la declaración de “victoria”, emitida por un funcionario servil a la satrapía.  Muchos son los países que se niegan a reconocerlo como mandatario electo democráticamente, incluyendo gobernantes que siguen una línea de izquierda como los de Colombia y Chile.

 El dictador acarrea públicamente la mayor prueba de su incapacidad: el éxodo de más de 7.5 millones de sus ciudadanos hacia países vecinos y también hacia el norte. Anunció supuestas cifras de crecimiento económico en 2023 y 2024, las cuales quiere vender como éxitos, pero no lo son. Es como si tras caer en un abismo profundo se dijera que instalar unos cuantos peldaños alcanza para salir. En todo caso, dicha alza se debe a un error garrafal de política exterior del gobierno de Estados Unidos: el levantamiento parcial de sanciones a cambio de una simulación de apertura democrática.

El proceso electoral estuvo plagado de sucias trampas, comenzando por la exclusión —bajo falsas argucias legales de la Fiscalía, otro ente servil— de la líder y presidenciable María Corina Machado, quien logró aglutinar a las fuerzas de oposición. Hubo otras candidaturas bloqueadas, pero aún así el apoyo ciudadano se volcó hacia Edmundo González. Todos los sondeos apuntaban a un triunfo con más del 65% de los votos.  Según el apresurado anuncio electoral del 28 de julio, Maduro obtuvo el 51%. No podían presumir de más para tratar de hacer creíble la mentira.

Para hoy está programada la ceremonia de “toma de posesión” para un tercer período. A la sombra de sus resultados desastrosos en economía, violencia, destrucción de la institucionalidad, un tercer término solo confirma el despotismo que lo impulsa y lo sostiene precariamente. Sí, por un lado podría parecer fortalecido con el apoyo del Ejército y una horda de esbirros. Pero si en verdad estuviera seguro de eso, no habría mandado a apresar a la opositora Machado, quien se presentó a una protesta en Caracas, donde denunció la ilegitimidad del régimen.

Países con regímenes despóticos avalan el madurismo: China, Rusia, Nicaragua, Irán y Turquía.  El expresidente de México Andrés Manuel López no reconoció la reelección y por eso se cuestiona que la actual mandatario de este país, Claudia Sheinbaum, considere enviar una delegación a la ceremonia final del fraude. Históricamente y sin falla, todos los tiranos caen por el propio peso de sus negligencias, de sus temores a enfrentar la justicia por sus actos y el miedo a la traición de su rosca cercana.   Encarcelar a María Corina Machado podría ser el error final del chavimadurismo, sobre todo si EE. UU. y la Unión Europea retoman el bloqueo económico.

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