EDITORIAL

Tiempo de evolucionar

Guatemala solo se transformará si evoluciona.

Dos dictaduras vivió Guatemala en menos de medio siglo, las cuales abarcaron casi 25 años y, por eso, en el estudio de la historia a menudo se afirma que el siglo XX comenzó en el país hasta 1944. La gesta del 20 de octubre, hoy hace 80 años, unió a ciudadanía, militares, intelectuales, universitarios y obreros, una confluencia de esfuerzos, reivindicaciones y aspiraciones que suelen recordarse de manera romántica, pero en blanco y negro, sin los claroscuros y los asedios de la realidad contemporánea.

Hay que ser realistas. No llevamos 80 años de democracia y estamos cundidos por otras dictaduras que cobran vidas y lastran el futuro: la desnutrición, el rezago educativo, la mala calidad de los servicios de salud, el estancamiento de la infraestructura y la infame corrupción —despilfarro de recursos, tráfico de favores, amaño de contratos, clientelismos pestilentes, resistencia a rendir cuentas de dineros y cargos públicos devenidos en feudos temporales de impunidad—.

No se puede regresar el tiempo ni se puede emprender una distopía con personajes de un tiempo y realidades de otro. Por ejemplo, en aquel 1944, la dirigencia magisterial tenía coherencia ética y cohesión gremial, porque estaba orientada al servicio público. Lo mismo cabe decir de la Universidad de San Carlos, que en aquel momento luchaba por tener autonomía académica, en busca de la excelencia, y no lo que es hoy. Sectores sindicales se esforzaban por contar con condiciones dignas de trabajo y no se afanaban en privilegios negociados a espaldas de la gente. Tales integridades deben recuperarse con nueva evolución.

En 1920, cayó la tiranía de Manuel Estrada Cabrera, no sin resistencia.  Apenas 11 años después de la salida de un dictador, entró otro, Jorge Ubico, más intolerante, quien reprimió con violencia la libre expresión, hasta llegar al extremo del 25 de junio de 1944, cuando murió la maestra María Chinchilla. Una semana después, renunció; pero dejó a un subordinado a cargo, el general Ponce Vaides. Quiso perpetuarse en el poder, pero nadie se lo toleró. Después de aquella gesta, hubo logros, pero también se cometieron errores que distorsionaron los ideales iniciales. Ocurrió la Contrarrevolución de 1954, con sus propios contrastes, y después surgió un conflicto armado que dejó destrucción, muerte, polarización y deudas clientelares que todavía se siguen cobrando y acicateando con intereses dinerarios. El país está por erogar Q800 millones en el pago a supuestos exmilitares. No de todos se logró comprobar el registro y pertenencia, pero igual se les pagará gracias al apoyo de demagogos. Esos fondos públicos debían servir para combatir la desnutrición crónica, para equipar hospitales nacionales, para crear salas de radioterapia pública en los departamentos o para establecer un gran centro educativo tecnológico para becar a jóvenes talentosos.

Guatemala solo se transformará si evoluciona, si los guatemaltecos evolucionamos hacia un modelo de responsabilidad, unidad, cuentadancia y respeto por las diferencias en un estado de Derecho. Tal es el reto: iniciar y sostener el proceso de transformación y mejora. Todos los sectores están llamados a contribuir desde sus acciones y capacidades: ciudadanía, políticos —no politiqueros—, empresarios, profesionales, trabajadores, estudiantes universitarios y, por supuesto, servidores públicos que sí sirvan. Esta evolución implica consensuar una visión nacional integral de desarrollo humano y emprender planes de infraestructura vial, tecnológica, de salud, educación y productividad.

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