EDITORIAL
Que nazca la paz, la fe, la unión, el amor
Bullen mercados, centros comerciales, supertiendas, ventas de barrio, puestos ambulantes y también nodos digitales, las compraventas se multiplican, las familias se preparan para esperar la medianoche alrededor de un belén, de una mesa de viandas, de un arbolito iluminado o quizá de las velas y fotografías en memoria de seres queridos fallecidos a lo largo del año. La ocasión acarrea nostalgia de tiempos más fáciles -si es que los hubo-, pero también la esperanza de superar la adversidad: económica, psicológica, trágica o por quebrantos de salud.
Hace 2019 años, una pareja de esposos —ella embarazada y a punto de dar a luz— buscaba refugio en una aldea remota de Judea, sin poder hallarlo. La historia se repite tantas veces alrededor del mundo. Se puede culpar a múltiples factores socioeconómicos, históricos, estructurales, coyunturas y hasta gestiones gubernamentales de dramas similares, silenciosos pero no por ello menos significativos. Hoy mismo se ve en Guatemala a familias golpeadas por la desnutrición, sobre todo en el Corredor Seco, aunque también en centros urbanos. Quizá sea hoy el día de aliviar un poco esa angustia, al compartir un poco de lo que se tiene.
Los guatemaltecos constituyen un pueblo sensible, caritativo, laborioso y de gran corazón. A lo largo del año se emprenden numerosos esfuerzos de ayuda a comunidades, familias, niños, hogares, albergues. Ese espíritu debe mantenerse en favor de una mayor cohesión como nación, como una actitud personal de apertura a la necesidad del prójimo. Nadie es tan pequeño que no pueda ayudar a otro, y nadie es tan autosuficiente que no pueda necesitar de una sonrisa, de un consejo o un gesto amable.
Los nacimientos guatemaltecos reflejan con gran imaginación la llegada de Cristo al mundo: pueblos sobre llanuras de serrín de colores, mercados con vendedores de todo tamaño, ovejas más grandes que bueyes y pastores que duplican el tamaño de reyes: una catequesis sobre la insignificancia de las riquezas materiales por sí mismas y de la necesidad de generar mejores empatías, salir del propio mundo y entrar en el de las carencias, defectos y precariedades de otros, que no necesariamente son económicas.
En el final de la primera veintena de este siglo, Guatemala ha tenido ya suficientes lecciones sobre lo que ocurre cuando se elige a mandatarios incoherentes, cuando se deja vía libre a diputados sin juicio, cuando priva la indiferencia sobre los asuntos de la comunidad, ya sea barrio, zona, ciudad o país. Así como hace dos milenios había un tetrarca que se creía emperador, existen hoy políticos que se sienten dueños del poder; así como existían autoridades romanas que menospreciaban a las colonias bajo su control, persisten intereses de poder que no respetan los derechos ciudadanos constitucionales y se arrogan alcances casi monárquicos que tarde o temprano deben pasarles una factura judicial.
Esta noche habrá madres que lloren la ausencia del hijo migrante, desaparecido o fallecido; familias que suspiren ante el retrato de una hija, una nieta o una hermana que ya no se encuentra más a la mesa. Así también habrá hogares en donde un nuevo miembro en brazos evoca al Niño Jesús, en donde alguien ha regresado después de muchos años en el extranjero, en donde quizá hay un esperado abrazo de reconciliación y perdón. Nuestro sincero deseo es que Guatemala viva esta Navidad con paz, con unión, con fe, con amor.