EDITORIAL

Prueba de fuego para la educación

Tan solo uno de cada cinco niños guatemaltecos tiene la posibilibilidad de disponer con una conexión a internet adecuada que le permita continuar con las actividades escolares durante la etapa de distanciamiento. La proporción es aun más reducida si se analiza el seguimiento del aprendizaje en escuelas públicas y rurales, por las limitaciones causadas por los bajos ingresos, la caída de empleos e incluso el desempleo ocasionado por la pandemia.

Según estimaciones de la Organización de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), unos 160 mil estudiantes abandonaron los centros educativos, un 40% del sector privado, porque las familias no podían costear las cuotas mensuales ni el acceso a internet para recibir clases interactivas y entregar tareas. Si la deserción ocurre en el sector público la causa es más obvia: la pobreza. La brecha educativa no solo persiste sino que además se amplía por la crisis sanitaria, lo cual pone en serio peligro las aspiraciones de mejora en el desarrollo, puesto que del nivel de escolaridad depende directamente conseguir un empleo mejor remunerado y procurarse una profesión.

Para los niños y jóvenes que recién iniciaron el ciclo escolar en aulas virtuales tampoco ha sido fácil adaptarse a una metodología sobre la cual había mucha teoría pero que se tuvo que poner a funcionar a costa de prueba y error. Ni los maestros ni los alumnos ni los planteles estaban preparados para afrontar el ciclo escolar 2020 a distancia, con variables desconocidas del entorno de aprendizaje en el hogar y sin el vital contacto social y emocional que provee la convivencia física.

Para mediados de febrero se ha establecido el plazo tentativo para un retorno paulatino a los centros escolares y retomar las clases en forma semipresencial. Pero ello depende de la evolución de los contagios de covid, de los protocolos implementados por cada plantel y de factores concurrentes como el medio de transporte, la posibilidad de continuar en un centro privado o la necesidad de pasar a una escuela o instituto público. Esto último constituye uno de los temas más apremiantes, pero también uno de los más desconocidos. La cifra exacta de quienes no pudieron pagar cuotas y perdieron el año solo se sabrá al completarse las inscripciones de este año.

El estado de cientos de escuelas no es óptimo y la larga pausa en la asistencia por la emergencia no fue aprovechada para el remozamiento de aquellas con mayor deterioro. En algunos casos solo se trata de cambiar techos, mientras en otras hay que derribar para construir un nuevo edificio, pero ante el inminente retorno esto representará reubicaciones temporales y quizá condiciones poco propicias que pudieron evitarse de haber emprendido a tiempo el remozamiento.

Son muchos los maestros que a lo largo del 2020 han dado cátedra de cómo con determinación, espíritu de servicio y responsabilidad la crisis se puede aprovechar para marcar una evolución metodológica y un salto de calidad. Sin embargo, para generalizar este esfuerzo existe el valladar de una dirigencia magisterial obtusa, rebasada y caduca que solo se interesa por jugar con el capital político del gremio, sin proponer ni impulsar verdaderos planes de avance y transformación. No obstante, cambiar esa cúpula también es una tarea pendiente de los docentes que luchan a diario por ofrecer un mejor futuro a los niños y jóvenes.

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