Editorial

Prolongada inmovilidad

Es tiempo de ponerse a discutir, sentados o caminando, avanzar hacia una transformación para mejorar la movilidad urbana hiperlocal y entre zonas.

A pesar de la crisis de congestionamiento vehicular automotor, del aumento de accidentes viales y decesos, y de la obvia reducción en calidad de vida urbana a causa de mayores períodos diarios en el tráfico, la discusión de alternativas sostenibles, visionarias y literalmente viables se ha quedado reducida a círculos académicos y excluida de las decisiones municipales y de la planificación política.


Prueba de este desvío dañoso es la reducción de aceras en centros urbanos a fin de ampliar carriles para vehículos a motor, un paliativo que al inicio parece funcionar pero al poco tiempo vuelve a ser insuficiente y ya no hay de dónde cortar. Mientras tanto, los peatones quedan relegados, a merced de quien quiera “cederles el paso”, como si no tuvieran la prioridad por principio de ley. Esta se respeta estrictamente en otros países, pero aquí queda a criterio de las discrecionalidades. Los ciclistas son el siguiente segmento de movilidad no contaminante y sostenible, pero peligran todos los días, debido al irrespeto de ciclovías por parte de motociclistas y automovilistas.


Si eso sucede donde hay carriles especiales, vaya usted a saber lo que ocurre donde no existen. Y justamente allí es donde está el principio del problema: son escasas las áreas de ciclovía trazadas fuera del pavimento, usualmente en camellones centrales anchos. Eso las hace discontinuas, inconexas y sin posibilidad real de constituir una alternativa pragmática para posibilitar un desplazamiento, masivo a futuro, sobre dos ruedas.


Las causas de esta prolongada inmovilidad de gestión obedecen, en primer lugar, al carácter improvisador de muchos alcaldes, que solo heredaron el cargo por inercia, que nunca en su vida se han puesto a estudiar urbanismo o que se rodean de equipos zalameros o ávidos de riqueza —o ambos— que no aportan criterios, solo más errores. Y no es que se trate solo de cerrar carriles a vehículos y ampliar zonas peatonales: debe existir una visión integral del transporte masivo de personas, de la configuración de sectores citadinos y el involucramiento de sectores productivos, educativos, comerciales y, por supuesto, de transporte de personas, mercancías e insumos para servicios.


Existen ciudades en Colombia, Perú y España en las cuales la red de ciclovías no solo no interfiere con las calles y avenidas, sino que se ha convertido en un atractivo turístico, además, por supuesto, de facilitar la vida para muchos residentes.


Lamentablemente, en Guatemala existen proyectos urbanísticos que incluso se promocionan como destinos para caminar, pero sus recorridos están cruzados por vías de intenso tránsito para las cuales no hay pasarelas, que podrían ser, de hecho, un valor agregado, pero no se ejecutan porque se evalúan más los costos que los beneficios para la comunidad.


Por eso mismo es tiempo de ponerse a discutir, sentados o caminando, avanzar hacia una transformación para mejorar la movilidad urbana hiperlocal y entre zonas. Todavía existen algunos espacios factibles, aún es posible trazar recorridos que ayudarían a ahorrar tiempo, dinero, combustible y mucho estrés, pero se necesita voluntad y capacidades profesionales para poner las ciudades al servicio de quienes las habitan, y no al revés.

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